lunes, 14 de febrero de 2011

LA REVISIÓN


Sonó el timbre de la puerta cuando estaba finalizando la ducha. Laura, fastidiada, se apresuró a envolverse en la primera toalla que encontró.

Había estado esperando se presentara el  chico del mantenimiento del gas para hacer la revisión periódica pero transcurrida una hora, se había hartado de esperar y confiada en que ya no vendría, había decidido ducharse. Ahora parecía que había llegado, por fin.

Con la puerta de entrada cerrada, preguntó quién era. Efectivamente era él. Abrió la puerta asomando sólo la cabeza, encontrándose con un atractivo operario de unos 35 años que, al entender que había llegado en mal momento, se disculpó por el retraso y ser tan inoportuno, con una sonrisa tan inocente que a Laura se le disipó el cabreo en un abrir y cerrar de ojos. Dudó por un instante si hacerle pasar o que esperase fuera a que ella se cambiara. Sin saber por qué exactamente y consciente de que no era lo más decoroso, decidió abrir e invitarle a entrar.

El chico, una vez ya dentro, se disculpó nuevamente por las molestias pero, a la vez que sus ojos recorrían de arriba a abajo el cuerpo todavía húmedo de Laura, su sonrisa había perdido toda su inocencia inicial y ahora estaba invadida por una complacida sorpresa. Laura, ruborizada por completo, tomó consciencia del minúsculo tamaño de la toalla que la cubría y se apresuró a indicarle como llegar hasta la cocina para que fuera sacando las herramientas mientras ella iba a cambiarse.

Rápidamente subió a su dormitorio. Se desprendió de la toalla y al pasar por delante del espejo y verse desnuda, sintió una punzada de excitación que la turbó. Veloz, empezó a vestirse con el viejo chándal que se había quitado al ducharse pero, a medio vestir, se lo quitó de nuevo y optó por ponerse un vestidito mini,  sencillo y de andar por casa pero que le favorecía muchísimo. Se puso un tanguita y bajó las escaleras pensando en que por qué no se había puesto el chándal.

En la cocina estaba esperándole el operario que ya había encontrado la llave del gas, dentro de un armario y estaba agachado para cerrarla. Laura se paró a su lado y le preguntó si necesitaba algo. Aquel morenazo giró la cara y, con ella, prácticamente a la altura del pubis de Laura, fue subiendo la mirada lentamente recorriendo su cuerpo y, con los ojos en sus pechos, comentó que todo estaba perfecto. Laura sintió un calor que le invadió todo el cuerpo. No comprendía que le estaba sucediendo pero sí tenía claro que estaba cada vez más excitada y que sus braguitas habían empezado a humedecerse.

Intentando controlar su excitación, se sentó en una silla a unos metros detrás de él. Desde allí observaba a aquel tipo como trabajaba. Aunque intentaba estar atenta a los consejos técnicos que el chico le indicaba mientras maniobraba, sus ojos no podían evitar regocijarse contemplando aquel cuerpo fibrado. Sintió una nueva punzada en el vientre y notando como cada vez estaba más mojada. El moreno se giró y marcó la mirada en los pezones de Laura. Estaban completamente erectos. Se había olvidado ponerse el sujetador y ahora desafiaban sin miramientos a aquel tipo. El sonrió y le sugirió ir a revisar los radiadores de los dormitorios. Laura, inmersa en un mezcla de vergüenza y lujuria, le indicó el camino subiendo las escaleras con él detrás, consciente de que sus ojos debían estar clavados en su culo y que prácticamente le estaría viendo las nalgas, mientras el vestidito bailaba al son de sus caderas.

Al llegar al dormitorio principal, él se agachó de nuevo frente al radiador para purgarlo y entonces Laura apreció el maravilloso bulto que había crecido en la entrepierna del chico. Saber que él estaba en ese estado todavía la excitó más. Se colocó a su lado y caliente y empapada como estaba, pensó, pero ya sin importarle, que quizás él podía llegar a sentir el olor de su sexo. Debió ser así porque, sin mediar palabra y con la mirada todavía fija en la llave del radiador, el hombre le puso la mano en el tobillo y empezó lentamente a recorrer su pierna.

Laura sintió un primer impulso de frenar aquel atrevimiento pero su cuerpo no le correspondía por lo que no reaccionó. Al contrario, sus piernas se abrieron levemente.  Él la miró en silencio y con su mano, lenta, muy lentamente, llegó al clítoris de Laura, bañado en aquella miel de deseo y que iba hinchándose hambriento de placer. El hombre cogió una de las piernas de Laura y la puso encima del radiador mientras ésta estaba de pie pero con las nalgas apoyadas en el mismo.

Le recogió la falda del vestidito depositándola con suavidad en el muslo de Laura, apartó el tanga a un lado y  hundió su rostro en aquel sexo desesperado. Su experta lengua recorría todos los poros del coño de Laura. Su clítoris iba recibiendo alternativamente pequeños mordiscos con intensos lengüetazos a la vez que su vagina era penetrada con uno o varios dedos. La lengua sustituyó a los dedos y estos, a su vez, a la lengua.

Laura gemía de placer sin poder controlarse. Nunca la habían masturbado de una manera tan magistral y estaba a punto de llegar al éxtasis pero él no iba a permitírselo todavía. Había ido desabrochándose el pantalón mientras la devoraba y ahora quería su parte. Se levantó y sonriendo, instó con la mirada a Laura para que le hiciera lo mismo.

Laura, al contemplar aquel miembro enorme y duro no dudó en arrodillarse y lamerlo como si le fuera la vida en ello. En ese momento no deseaba otra cosa que devorar aquella maravilla. Oía los gemidos de placer de aquel hombre que con una mano en su cabeza le iba ayudando a practicar la mejor felación que Laura hubiera realizado nunca. Aquello todavía la excitaba más y más…

Cuando parecía que él iba a llegar al delirio, súbitamente levantó a Laura cogiéndola de la cintura. Le hizo apoyar sus manos en el radiador y cogiéndola de las nalgas la alzó con las piernas abiertas y la penetró sin ninguna dificultad. Laura acogió aquel pene dentro de ella como el tesoro más valioso y fue acompañando con sus caderas el ritmo de las embestidas que aquel semental le estaba ofreciendo. Su espalda retumbaba contra la pared pero lo único que le importaba en aquel momento era seguir recibiendo en sus entrañas, aquellas sacudidas que la estaban llevando al orgasmo más intenso de su vida.

Los gemidos de ambos se entremezclaban con sus jadeos y su transpiración hasta llegar a un punto de no retorno donde el éxtasis les alcanzó a la vez,  mientras se besaban desesperadamente para intentar acallar sus propios gritos.

Poco a poco, abrazados y bañados en sudor, fueron recobrando la respiración y pudieron, entonces, darse un largo beso lleno de complicidad y agradecimiento mutuo.
El hombre bajó delicadamente a Laura del radiador y le ayudó a colocarse bien el vestido. Laura, a su vez, fue abrochando, con ternura, botón a botón, el pantalón de él.

Bajaron al primer piso de la mano y en silencio. Ninguno sabía que decir. Nunca les había ocurrido esto y no sabían como comportarse. Sólo podían sonreírse..

  - ¿Cómo te llamas?
  - Laura… ¿Y tú..?
  - Darío.

Se había hecho demasiado tarde y el planning diario de inspecciones de Darío se había ido al traste. Acordaron que volvería mañana para finalizar la revisión. Y que sería la última visita del día para así no tener prisa en marcharse…

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