lunes, 14 de febrero de 2011

CUMPLEAÑOS FELIZ!!

Juan pagó la cuenta y se dispusieron a salir del local. Aunque el restaurante donde su marido la había llevado era precioso y habían degustado una cena exquisita, Ana no podía evitar sentirse un poquito defraudada. La celebración de su cumpleaños parecía estar llegando a su fin y parecía también, que el regalo de Juan había consistido en aquella cena íntima.
Lo habían pasado estupendamente, charlando, riendo, incluso coqueteando como cuando eran novios pero, aunque a ella misma le diera rabia reconocerlo, se había pasado la velada esperando su regalo de aniversario, el cual no llegó ni con los cafés.
No tenía ningún motivo para sentirse enfadada pero se sentía un poco decepcionada. Cuando Juan le había dicho, varias semanas antes, que este año tendría un cumpleaños muy especial, ella se había imaginado algo más emocionante u original que una cena íntima, por muy caro y chic que fuera el restaurante.
Al subir al coche, su marido la abrazó, la besó con pasión y Ana sintió derretirse con aquel beso. Era verdaderamente increíble que, tras cuatro años de casados, las caricias y los besos de Juan continuaran provocándole aquel grado inmediato de excitación tan alto. Había oído a varias de sus amigas, hablar del estrepitoso descenso o incluso desaparición de su libido pero Ana, en cambio, continuaba deseando a Juan con la misma desesperación que años atrás. Practicaban sexo con frecuencia y su conexión en la cama era maravillosa. Les gustaba jugar, con y sin artículos eróticos, y tenían la confianza suficiente como para explicarse las diversas fantasías que pudieran tener uno u el otro.
Ana recapacitó sobre ello y se dio cuenta de lo feliz que era con su marido. ¿¿Como podía sentirse desilusionada por no haber tenido un regalo material??
Miró a Juan, que conducía, le puso la mano en la entrepierna y besándole en el cuello le preguntó si le haría el amor en cuanto llegaran a casa.
- Ja, ja.. Siempre a tus órdenes, princesa…No te he comprado ningún regalo, este año. Espero que no estés enfadada.
- ¿Tengo pinta de estar enfadada, cariño?-contestó Ana, en tono pícaro, mientras masturbaba sutilmente a su marido por encima del pantalón.
- No, la verdad es que no. De todas maneras, tu cumpleaños no se ha acabado todavía, no? Ahora lo seguiremos celebrando de otra manera- y Juan sonrió con unos ojos teñidos de misterio y empañados por el placer que la boca de Ana había empezado a proporcionarle.
Ana estaba demasiado ocupada, como para poder apreciar que las palabras de Juan, llevaban más significado del que parecía…
Llegaron a casa enseguida. Por suerte no vivían lejos y podrían continuar más cómodamente lo que habían empezado. Entraron y, sin dejar de besarse y acariciarse, alcanzaron el dormitorio. Aun con la inmensa erección que Juan mantenía desde hacía rato, miró a Ana y muy lentamente, como si de una ceremonia se tratara, empezó a desvestirla, recreándose con la mirada en cada parte de su cuerpo. El hecho de que él pareciera maravillarse cada vez que la veía desnuda, como si fuera la primera vez, hacía que Ana se sintiera tan poderosa y deseable que sólo podía pensar en dar y recibir placer.
Ya desnuda, Ana se estiró sobre la cama y con la mirada fija en los ojos de su marido empezó a acariciarse ella misma, mientras contemplaba como su marido se desvestía y mostraba en su desnudez, lo que Ana anhelaba con toda su alma.
Juan se sentó a su lado, la besó, la acarició sabiamente entre los muslos mientras que con la otra mano sacaba, del cajón de la mesita, un antifaz negro con pequeños brillantes. Ana nunca lo había visto y bromeó con que, al final, sí que le había comprado algo.
Juan sonrió y lo puso sobre los ojos de Ana.
- Relájate y no pienses. Sólo disfruta…
- Mmmm… De acuerdo, cariño. Soy toda tuya…
Estaba ya completamente encendida. El no poder saber donde su marido se disponía a tocarla o besarla era tan excitante que no entendía como no se le había ocurrido nunca, a ella misma, realizar ese tipo de juego.
La besaba indistintamente por todas partes. Así lamía sus pezones como mordisqueaba su vientre o pasaba fugazmente su lengua por el sexo de Ana. Acercaba su boca a la de ella y ésta, al sentir su aliento, intentaba besarlo pero Juan, retirándose, no se lo permitía. La estaba volviendo loca de deseo. Quería tocarlo pero él le había cogido las manos, le había echado los brazos hacia atrás y le había instado, en silencio, a que se aferrara a los barrotes de la cama. Cada vez que retiraba una mano para tocarle, Juan la volvía a colocar en el cabezal de hierro.
Ana notó como él se levantaba, escuchó el chasquido de un mechero y en seguida percibió el aroma de las velas perfumadas de la habitación. Era increíble como, al prescindir de un sentido, los otros se agudizaban. Empezó a sonar música. Suave, sugerente, con el ritmo adecuado para marcar el “tempo” de sus caricias…
- ¿Confías en mí, Ana? –le susurró al oído mientras acariciaba su vientre.
- Claro, cariño! Puedes hacer conmigo lo que quieras.. pero hazlo ya, por favor, estoy a mil…
- Quiero darte todo lo que deseas. Te prometí un día especial. Confía en mí y hoy lo será…
Aquel tono misterioso que Juan había adquirido, la estaba seduciendo de un modo insólito…
Juan volvió a levantarse y Ana oyó como se abría la puerta. Al final, parecía que Juan sí le había comprado un regalo y ahora, finalmente, iba a entregárselo. Increíblemente rápido notó el calor de su cuerpo acostado, de nuevo, a su lado.
- Y ahora…???- preguntó Ana, con una mezcla de inquietud y excitación. El nerviosismo la mantenía aferrada a los barrotes como si estuviera literalmente atada.
Un dedo comenzó a deslizarse por su muslo. Ana sonrió. Su marido por fin la besó y sus manos se entrelazaron entre los barrotes.
Sin embargo, aquel dedo seguía abriéndose camino por la cara interior de su muslo y Juan tenía las dos manos sobre las suyas. Sintió el calor de un cuerpo sentándose suavemente a su lado, en el extremo contrario de donde estaba Juan.
Ana se sobresaltó y quiso soltarse del cabezal pero las manos de su marido no se lo permitían.
- Sssst… No temas, cariño- susurró Juan en su oído- Todo está bien. Hacer realidad tu fantasía será tu regalo. Déjate llevar y disfruta…
Las manos de Juan se aflojaron y las suyas quedaron libres para soltarse pero Ana, durante unos instantes, quedó paralizada. Luego bajó sus brazos e incorporándose un poco, cogió aquel dedo insolente descubriendo una mano masculina. Fue subiendo sus manos por el brazo de aquel hombre para ir comprobando, lentamente, a través del tacto, un cuerpo hermoso y bien dotado.
La parte más moral de su mente le ordenaba quitarse el antifaz y levantarse. En aquel instante de duda, su marido la abrazó por detrás besándole amorosamente en el cuello.
- Te quiero, Ana. No temas… Yo quiero hacerla realidad. Nada va a cambiar. Sé que me quieres solo a mí...
Aquella muestra de amor tan grande que Juan le estaba dando, disipó las dudas de Ana y se giró para fundirse con él en un beso apasionado que sellaba su amor por encima de todo lo que pudiera pasar.
El otro hombre, tras esperar educada y galantemente en silencio, el acuerdo íntimo de la pareja, empezó a acariciar nuevamente a Ana, por el cuello. Ana, ya segura de lo que quería, le condujo la mano a uno de sus pechos y se acercó para besarle invitándole así, ella también, a participar en aquel encuentro íntimo de placer.
Decidió no quitarse el antifaz. Desconocer el rostro de quien la estaba acariciando, le provocaba una gran excitación y si, su marido, lo había elegido para algo tan especial, no tenía duda de qué sería la persona adecuada.
Se recostó nuevamente en la cama invitando a los dos hombres a que hicieran lo mismo a ambos lados de ella e, alternando sus besos entre una boca y la otra, iba sintiendo como varias manos recorrían cada rincón de su cuerpo.
Una de ellas se introdujo entre sus muslos y, sin tener consciencia de a quien pertenecía, abrió sus piernas para abrirle el camino hacia su sexo, hambriento de caricias. Mientras esos dedos empezaron lentamente a acariciar sus labios vaginales, abriéndose paso hasta su clítoris, una boca jugaba con sus pechos, mordisqueándole suavemente los pezones. Ana volvió a asirse, ahora voluntariamente, a los barrotes de la cama, abandonando su cuerpo al goce que le quisieran ofrecer. Parecía que la boca y la mano, aún sin ser de la misma persona, se movían al son de una única canción pues mientras una dosificaba su energía de una manera sutil, la otra le regalaba una caricia más intensa. Su clítoris, henchido de placer, sucumbía al placer del masaje que estaba recibiendo y su vagina, bañada en sus propios jugos, se estremecía al ser penetrada ocasionalmente por la misma mano.
Ana extendió un brazo hasta alcanzar el miembro de Juan y empezó a acariciarle rítmicamente, manteniendo el compás de la mano que bailaba entre sus piernas. Juan se incorporó y ofreció a Ana seguir sus caricias con los labios. Ella no dudó ni un momento y mientras daba a su marido lo que éste le pedía, cambió de mano para brindar al invitado el mismo placer con que él la estaba obsequiando.
En sus fantasías, ella se lo había imaginado así. Poderosa dueña y esclava a la vez, de dos hombres excitados al máximo, que dejaban su virilidad a su merced.
Los suaves gemidos de los tres rompían el silencio de la estancia y el aroma de deseo y placer se mezclaba con el perfume de las velas que iluminaban la habitación.
Juan cambió de posición, se situó de rodillas entre las piernas de Ana, y alzándoselas con las manos, empezó a penetrarla suavemente. Ana se incorporó sobre un brazo y su boca, que había quedado libre, sustituyó a su propia mano en las caricias al huésped.
Las idas y venidas de Juan eran pausadas. Recorrían sin prisa el interior de Ana, tanto para entrar como para salir y luego volver a entrar.. La fricción entre los dos cuerpos era tan intensa que Ana sentía en sus entrañas cada milímetro del miembro de su marido. Su lengua se esforzaba en proporcionar el mismo placer al otro hombre.
Cuando Juan empezó a acelerar el ritmo de sus embestidas y ya no había retorno, Ana sintió como se derretía su cuerpo, alcanzando un orgasmo que la llevaba al climax. La boca de Ana multiplicó las caricias, envueltas en sus propios gemidos y sólo se detuvo al cerciorarse de que el invitado había cruzado las puertas del éxtasis.
Juan llegaba a la recta final de su carrera y, en unos instantes, los acompañó, inundando con su placer las entrañas de su mujer.
Jadeantes, los tres se tumbaron de nuevo con Ana en medio. La mujer, por fín, se desprendió del antifaz y miró al desconocido. Nunca lo había visto. Era sumamente atractivo y sus ojos eran afectuosos y simpáticos. Su rostro dibujó una sincera sonrisa:
- Me llamo Sebas. Feliz cumpleaños, Ana..
- Gracias, Sebas.. Encantada de conocerte..
Ana se giró hacia su marido, le dirigió una mirada de aprobación, gratitud y amor. Le besó tiernamente y se incorporó, ante la atenta mirada de los dos hombres, dirigiéndose al cuarto de baño.
- Podríais ir preparando algo de beber mientras me aseo un poco. Vuelvo enseguida –dijo con una picara sonrisa.
La velada prometía ser larga. A su regalo de cumpleaños, Ana no había más que empezado a estirar del lazo para desenvolverlo…

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