martes, 15 de febrero de 2011

CENA FELINA

Mientras recogía la mesa, María, mi mujer, todavía sentada apurando su café, me dijo:
    - He pensado en hacer pasta esta noche. ¿Te apetece?
     - Claro, cariño. Prepara lo que quieras. Ya sabes que me gusta todo y la pasta, en concreto, me encanta.
Se incorporó sonriendo y acabó de retirar las cuatro cosas que quedaban.
     - Pues sí. Probaré una receta nueva. A ver si te gusta. Ya sigo yo recogiendo, cielo. Vas a llegar tarde al despacho.
Era cierto. El tiempo había pasado muy deprisa e iba bastante justo. Aún yendo con la moto, nunca sabes como  te vas a encontrar el tráfico. Si pillaba algún atasco, ya no llegaba a la hora.
Mientras me ponía la cazadora, María rodeó mi cintura con sus brazos y me besó.
      - Mmmm…. Me pones con ese aire de motero.
El timbre de su voz y la calidez de su lengua,  me encendió rápidamente. Cuando María me miraba con ese brillo en los ojos, mi libido se disparaba de 0 a 100 en un segundo. La estreché contra mí.
 - Eres mala… Ahora que me tengo que ir, me pones ojos de gatita??
- Jaja.. Es que me da pena que te vayas.
- A las 6 y media estoy aquí. A ver si cuando vuelva, sigues con esa mirada…
María imitó un ronroneo felino a la vez que sonreía divertida. Me miró fijamente, con sus ojos verde oliva, mientras yo cruzaba la puerta.
      - Hasta luego, motero. Que tengas una buena tarde…
Salí disparado hacia el trabajo. En el recorrido, me vino en mente cuando vamos juntos en la moto y a veces, mi mujer desde atrás, empieza a acariciarme el interior de los muslos, por encima del pantalón y, como quien no quiere la cosa, presiona ligeramente mi paquete provocándome una calentura tremenda de la que luego, gracias a Dios, se ocupa siempre.
Intenté distraer la mente para bajar mi erección y llegué al trabajo deseando fueran ya las 6. Cuando me siento así, no puedo dejar de fantasear con lo que he hecho, haría o haré al reencontrarme con ella.
Entre papeles y teléfono, mezclados con excitación e imaginación, por fin, pasaron las horas y, a las 6 en punto, tomé el camino que me llevaba a casa, a María y al entremedio de sus piernas…
Seguramente por lo mucho que había fantaseado durante la tarde, esperaba encontrarla aguardándome en la cama, mínimamente vestida con lencería de alto voltaje, en plan tigresa, evocando las últimas palabras de mediodía.
Pero no. Ni estaba en el dormitorio ni con liguero esperándome como una gata en celo.
Estaba en la cocina. Con vestido y delantal, disponiéndose a preparar algo.
Me acerqué a ella, me dio un beso distraído y empezó a hablar no se qué de una conversación telefónica que había tenido con su hermana.
 La verdad es que no le prestaba mucha atención. Me sentí decepcionado. Había venido con otras expectativas. Me había pasado la tarde cachondo perdido, ansiando volver y ahora parecía que la “gatita” se había esfumado entre los fogones y los cotilleos con su hermana.
Mientras hablaba y hablaba, María sacó del frigorífico, un par de cervezas sin alcohol y puso una en la mesa de la cocina para mí. Me senté quedando justo detrás de ella enfaenada en el mármol y continuaba explicándome la mala suerte que tenía su hermana con los tíos o algo así.
Tomando sorbos de mi bebida, iba contestándole con monosílabos como: “Aja” “Ya” “Entiendo”… Mis ojos se habían percatado del balanceo del vestidito verde de María que se movía por la cocina cogiendo ingredientes: ahora harina, ahora huevos, un rodillo, sal…
Bajo la pechera del delantal, se podía entrever un sugerente escote. El vestidito llevaba unos botoncitos por delante, parte de los cuales permanecían abiertos. E delantal no estaba muy tensado al cuello por lo que quedaba lo suficientemente flojo como para disfrutar de la visión del nacimiento de sus pechos. Buscando un utensilio, se agachó y pude apreciar que no llevaba sujetador.
Automáticamente, mi imaginación visualizó sus pezones. Esos pezones grandes, oscuros y suaves como la seda que tantas veces parecían cobrar vida entre mis labios y que no me cansaba de saborear nunca.
Con los ojos fijos en el cuerpo de María que me daba la espalda, me recreaba en esa imagen. Echó harina sobre el mármol mientras hablaba, pero sus palabras eran como una cancioncilla que me acompañaba mientras un cosquilleo empezó a apoderarse de mi bajo vientre.
      - ¿Me estás escuchando? ¿O me estás mirando el culo?
      - ¿Cómo? ¿Qué? Jaja..
      - Que si me estás mirando como se me marca el tanga...
Miré el culo de María.
      - No, no se te marca nada.
  - Ah, no?? - Giró la cabeza para  sonreírme y,  fijando  de  nuevo su mirada en el mármol, continuó con un hilo de voz: -Ah, claro!! Si es que no llevo nada...
     Las palabras surgieron de su boca, deslizándose entre sus labios como una gatita se desliza entre tus piernas cuando busca tus caricias...
María no se había olvidado de los ronroneos de mediodía. Había estado jugando a despistarme...
Sonreí. Me encanta, nos encanta a ambos, ese tipo de juegos. Jugar a desear, a hacernos de rogar, a excitarnos sin prisas por llegar al final, a disfrutar de cada mirada, cada gesto o sutil caricia que promete pero que todavía no va a más. De cada frase con doble sentido que dispara tu libido y te provoca una excitación enorme.
Me moría de ganas de echarme sobre María pero, si quería jugar, íbamos a jugar...
Permanecí en mi silla viendo como los glúteos de mi mujer se balanceaban ligeramente siguiendo el movimiento de su cuerpo. La tela los acariciaba como telonera de mis manos. Pensé que si se agachara dándome la espalda, los tendría ante mis ojos pues el vestido era bastante cortito. Saboreaba mi cerveza, mientras mis pupilas, como si tuvieran poderes infrarrojos, traspasaban el tejido y descendían  por sus curvas, redondas y prietas como un melocotón, para luego recorrer la unión de ambos y bajar lentamente hasta donde dejaban de ser glúteos para dejar paso a la entrada de esa jugosa cavidad que me enloquecía.
María me preguntó como me había ido la tarde. Le contesté vagamente. Ninguno de los dos estaba interesado en hablar de trabajo. Ella sabía lo que yo estaba pensando y simplemente se hacía la tonta.   Era consciente del poder que su cuerpo, su culo, sus pechos, sus caderas tenían sobre mí así que sabía muy bien lo que estaba pasando dentro de mi pantalón.
Se giró, tomó su cerveza y dio un largo trago. Se relamió los labios húmedos, su mirada se deslizó por mi cuerpo, deteniéndose en mi abultado paquete y clavándome sus expresivos ojos, sonrió:
     - Me quieres ayudar, cielo?
Dejé mi asiento y me situé detrás de ella.
      - Claro, nena. ¿Qué hay que hacer?
      - Ya te dije que quería cocinar pasta. Pero esta vez la pasta la vamos a hacer nosotros.
María había echado una montañita de harina. Apoyé mis dos manos sobre el mármol cercándola entre mi cuerpo y la encimera. Miré la harina mientras nuestras mejillas se rozaban.
      - Lo primero es hacer como un volcán y en el cráter de éste, echar los huevos.
Hundí mi dedo corazón en el centro de la montaña. Tras un instante, empecé a moverlo en círculo suave y lentamente. La harina iba abriéndose en respuesta a mis movimientos. María miraba fijamente mi dedo y supe que se lo estaba imaginando entre sus piernas pues, acorralada entre mis brazos, sentí como se estremecía levemente, provocando que su culo chocara contra mi pantalón. Aproveché para acercarme todavía más y hacerle sentir el bulto de mi entrepierna. No pareció darse por aludida.
      - Así está bien? - le susurré en el oído.
     - Está perfecto... - Cascó los huevos en silencio y los fue echando en el agujero que mi dedo había hecho.
Parecía estar concentrada en dicha operación pero, de una manera casi inadvertida, sus nalgas no dejaban de frotarse contra mí. Respiré el olor de su pelo oscuro recogido, acerqué mi nariz a su cuello y sentí el perfume de su piel. Bajé la mirada y la perdí entre el canal de sus pechos. Apretándome más contra ella, le obligué a encogerse y éstos se unieron como queriendo chocar entre sí. Sus pezones, indefensos o, quizás todo lo contrario, arrogantes por sentirse libres sin sostén, estaban erectos bajo el fino tejido del vestido.
      - Ahora debemos hacer la masa..
María hundió sus manos entre la harina y empezó a mezclarla con los huevos. Entrelacé mis dedos entre los suyos para colaborar. Los movimientos de nuestros brazos provocaban que nuestros cuerpos se inclinaran leve, levemente hacia delante. María contra el mármol y yo contra María...
La masa empezó a formarse pero se nos enganchaba a la encimera y entre los dedos. Nuestra inexperiencia y nuestra evidente falta de concentración no estaba resultando muy hábil en el aspecto culinario.
      - Con una pizca de aceite quizás resbale mejor, no??
Vertí unas gotitas en la mano de María. Se la frotó con la otra y siguió amasando. Parecía funcionar la idea.
En mis manos también dos gotas pero decidí no gastarlas en la harina. Desaté el lazo del delantal que  descansaba en su cuello. Estaba flojo así que enseguida dejó libre la parte de arriba. Quedaron a mi alcance los botoncitos del escote de su vestido y, con suavidad, deslizé los que permanecían cerrados entre los ojales. Los pechos de María quedaron al descubierto balanceándose para mí mientras ella seguía compactando la masa.
Rodeándola por la cintura, introduje mi mano por la tela abierta y acaricié su pecho. Lo tocaba, lo estrujaba, lo amasaba imitando los movimientos que ella realizaba sobre la mesa. Entre mis dedos índice y corazón, húmedos de aceite, aprisionaba con suavidad su aureola y los dejaba llegar hasta el centro de su pezón endurecido.
Las mejillas de María habían tomado un maravilloso tono rosado  que delataba el calor que le invadía por dentro. Desde atrás, deslicé su vestido de manera que resbalara por sus hombros y dejara su torso y su espalda al descubierto. No cayó al suelo pues estaba sujeto por el delantal así que permaneció en su cintura cubriendo la pechera del delantal que ya había caído instantes antes.
Con mi mano izquierda recorría su estómago, subía por sus pechos, mimándolos sin premura, y entre ellos, ascendía hasta acariciar su cuello. Mi mano derecha surcaba su erguida espalda, sus hombros que brillaban tanto por la suavidad propia de su piel como por el masaje de aceite que le estaba dando.
Ella permanecía con los ojos medio cerrados. Sus manos descansaban sobre la masa de harina que parecía haber quedado olvidada. Su boca entreabierta parecía tan jugosa... Pasé mis dedos entre sus labios que respondieron saludándolos con su lengua caliente y húmeda.
Bajé mi mano derecha hasta su muslo y empecé a ascender por debajo de su ropa. Acaricié sus nalgas, tan redondas, tan bien contorneadas.. Sus piernas me dieron permiso para deslizarme entre ellas pero hice caso omiso y continué mi ruta por sus femeninas y sensuales caderas. Siempre conseguían embrujarme con sus movimientos cuando veía a María alejarse.  
Apreté suavemente, la sentía estremecerse entre mis manos y supe que estaba húmeda, que esperaba mi mano así que seguí mi camino por su pubis, rasurado por completo y suave como el terciopelo, la palma de mi mano completamente plana bajó por su monte de venus y María separó sus muslos para abrirme paso, con todo su sexo depositado en mi mano, me estreché contra ella. Tenía una erección mayúscula, mi lanza ya no podía contenerse dentro del pantalón. El deseo eran tan increíble como el momento. María, con el vestido medio bajado, su piel suavizada en harina y aceite y Dios... Su sexo...  el más delicioso de los manjares.. Mi dedo corazón se abrió paso entre sus labios jugosos e hinchados y se bañó en su néctar. Recorrí toda su caliente carne y pulsé su hinchado clítoris.
María ya no pudo callar su placer y gimió con una voz tan cálida como su propia piel. Al escuchar su voz ya no pude más. La giré y nos besamos con pasión. Sus pechos se apretaban contra mi torso. Ansiosa, me abrió la camisa como pudo y me despojó de ella. Nuestros cuerpos, desnudos de cintura para arriba se frotaban y sus pezones acariciaban mi pecho.
Empezó a desaflojarme el cinturón para dejar libre mi impaciente verga, que luchaba por salir pero yo estaba sediento de María, de su esencia, así que la cogí por la cintura y la senté sobre la encimera embadurnada de harina y aceite. Al sentarse, el vestido no le cubrió las nalgas así que éstas debieron sintieron el frío del mármol.
Imaginándome su culo desnudo impregnado de harina, me arrodillé y hundí mi rostro entre sus piernas. Devoré cada rincón de su intimidad, podía estar eternamente perdido entre sus muslos, su sexo agradecido no dejaba de abrirse para mí y mi lengua repartía placer entre su perla y la entrada de su vagina. María, hundía sus sucias manos en mi cabello y me estrechaba contra sí, como temerosa de que dejara algún hueco sin descubrir.
Su espalda se arqueó, sus muslos se tensaron y sentí como llegaba al orgasmo entre mis labios. Su cabeza se apoyaba en las baldosas de la pared y gritó, inmersa en el clímax. Bebí su placer, hasta la última gota y, sólo cuando sus gemidos aminoraron de intensidad, sacié mi sed.
Me incorporé y María, con una mirada tan húmeda como su vagina, me besó jadeante todavía, saboreando el sabor de su propio cuerpo en mi labios. Ahora sí permití que desabrochara del todo mi pantalón, mi miembro salió erguido, hinchado, duro como una espada dispuesta a hundirse en las entrañas de mi mujer. Ella lo acarició, lo miraba embelesada y sin darle más tiempo a recuperarse, la así por debajo de sus rodillas y la acerqué a mi vientre.
Entré en ella, sintiendo cada milímetro de su interior. Sus músculos internos me presionaban pero abriéndose a mi paso para permitirme llegar hasta lo más recóndito de su ser. Pausadamente, mi pene empapado en los jugos de María, entraba y salía resbalando por sus paredes. Nuevamente se contorsionaba para mí. Antes para mi boca y ahora para mi verga.
Con su cuerpo echado hacia atrás, su sexo se me ofrecía totalmente. Sus pechos se alzaban enfocados  al techo. Mientras la penetraba una y otra vez, mi mano derecha subía y bajaba por su tórax enharinado. Acariciaba sus pezones, cada una de las curvas que dibujaba su cuerpo, me entretenía en su ombligo. María se retorcía de placer ante mis caricias y yo ante sus movimientos de cadera. Me pedía más y yo quería dárselo todo. Todo el placer que nuestros cuerpos pudieran resistir. Su éxtasis era el mío porque contemplar como ella se deshacía entre mis manos, me enloquecía y me llevaba al delirio.
Levantó la mirada y unos ojos de gata llenos de sensualidad, me dijeron mil cosas, de amor, de deseo, de entrega completa tanto de cuerpo como de alma. María se incorporó y sentada sobre el mármol enlazó sus brazos y sus piernas alrededor de mi cuerpo.
     - Soy tuya, cariño, sólo tuya. Ningún hombre puede darme más placer. Lléname, amor, lléname y mátame de gusto todavía más. Quiero llegar e inundarte. Quiero que llegues y me inundes tú también. Quiero sentir como te vas dentro de mí y me quemas con tu jugo caliente.
Las palabras de María en mi oído me excitaron todavía más. Con sus susurros, el miembro que la estaba penetrando se endureció todavía más, si eso era posible y las ganas de dejarse ir luchaban con el deseo de que aquel momento durase eternamente.
Agarré a María por las nalgas y la alcé de la encimera. Le hundí mi verga hasta el fondo. María gritó de gusto por la embestida y me aprisionó con sus músculos internos. Apoyó sus manos en el borde del mármol para compartir el peso de su cuerpo que quedó en el aire sujeto  por mis manos. Su culo, su sexo se movía a mi antojo entre mis brazos. La acercaba y alejaba de mi cuerpo a mi ritmo, ahora suave para sentir la fusión de nuestras carnes, ahora fuerte para entrar en su cuerpo hasta donde era posible.
Sus caderas se movían buscando mi ritmo o intentando marcar el suyo. Cuando intentaban aproximarse a mí buscando ser penetrada hasta el fondo, la frenaba con mis brazos y cuando se relajaba, la embestía provocándole gritos de placer incontrolado.
Sentí entonces, como las contracciones de su sexo se rompían en un nuevo orgasmo y todo su cuerpo se preparaba para recibirlo. María se agarró fuertemente a mi cuello para no caerse mientras, acompañado de gemidos incesables, se estremecía para seguidamente, ir relajándose músculo a músculo y permanecer rendida asida a mí.
Sus ojos permanecían entreabiertos, embriagados en éxtasis y quise fundirme en ellos. Me abandoné al placer y la seguí penetrando ya sin buscar un control. Sólo perderme dentro de ella y descargar toda mi pasión. Una corriente eléctrica subió por mis piernas, apoyé a María de nuevo sobre la mesa mientras seguía entrando y saliendo en ella y toda mi energía fluyó en su interior. Borbotones de placer inundaron sus entrañas, mientras ella agarrada a mis nalgas, me estrechaba contra sí, para robarme hasta la última gota.
Mi mente se ahogó entre oleadas de placer. Exhausto y jadeante, apoyadas mis manos en el mármol  con María entre mis brazos, su voz susurró en mi cuello:
     - Mejor llamamos al chino...    

lunes, 14 de febrero de 2011

LA PRINCESA DEL METRO


            Hace tres días que no le veo. Quizás esté enfermo o quizás haya cambiado de ruta o de horario y ya no cogerá más este metro..
            Me siento un poco decepcionada, posiblemente no nos veamos más y nunca nos dijimos nada…
            Ya me lo dice siempre mi amiga Maite que, en la vida, hay que vivir el instante… ¿Por qué yo nunca lo hago?
            Llega el metro, camino por el andén y espero mi turno para entrar por la puerta que se abre más cercana a mí… Permanezco cabizbaja y sumida en mis pensamientos.. Ahora que ya no está el aliciente que me hacía saltar cada mañana de la cama, el gentío de gente que entra en el vagón, se me hace insoportable… Me pregunto que es peor, si el tráfico que bloquea la ciudad al empezar el día o soportar estar completamente aprisionado en un vagón de metro, entre desconocidos que olvidaron asearse antes de salir de sus casas.
            El traqueteo del tren me mece como una madre mece a su bebé en la cuna y me sumerjo en mis fantasías, ésas que mil veces he imaginado cumplir con mi compañero de viajes,  aquel desconocido, la única presencia que  yo deseo cercana sentir en mis trayectos.
            Hace ya varias semanas que empezamos a coincidir en nuestros viajes. Prácticamente cada día estamos en el andén a la misma hora exacta. Yo hago sola mi trayecto pero él siempre  va acompañado de una mujer. No sé si son pareja. Charlan animadamente pero nunca he visto un gesto de cariño entre ellos. Yo le miro disimuladamente pero él no. El me mira fijamente, sosteniéndome la mirada, sus pupilas me sonríen y me dicen cosas… cosas que consiguen encender mis mejillas y bañar mi ropa interior…
            Se apean dos estaciones antes que yo y él, antes de bajar siempre me mira. Su boca no se abre, no habla, pero sus ojos sí. Me dicen: “Me voy, princesa. Hasta mañana..”
            Oh! El metro ha frenado bruscamente y pierdo el equilibrio. Estoy  a punto de caer pero alguien me lo impide. Un brazo ha rodeado mi cintura y me ha cogido con fuerza. Me he tambaleado y un mechón de cabello me ha cubierto la cara.
            Una mano, que no es la mía, atusa mi cabello y despeja mi cara permitiéndome ver el rostro que  apenas se separa cinco centímetros del mío…
            Te tengo delante. Estoy tan fascinada que no puedo reaccionar. Nunca había estado tan cerca de ti. Siento el aroma de tu perfume, tan masculino como el contorno de tus labios que admiro mientras me dices que esté tranquila, que tú me sujetas… Después me pierdo en tus ojos, verde oliva, o son más claros?  No lo sé, no me ha dado tiempo a asegurarme. Has bajado la mirada y los sorprendo  recreándose en mi escote, indagando en el nacimiento de mis pechos de los que sólo puedes ver el canal que los separa y por donde una gota de sudor (¿de calor? ¿de excitación? No lo sé..) está a punto de emprender el camino hacia mi ropa interior…
            Vuelves a mirarme y tu mirada pide permiso. No sé a qué, pero no me importa. Te lo doy con mi silencio. Enseguida tu mano empuña su dedo índice el cual, suavemente empieza a deslizarse por mi escote, su roce es tan ligero que prácticamente es intangible, tan lento que parece no tener casi movimiento… Lo veo, lo siento perderse en el encuentro de mis pechos. Mis pezones erectos confiesan su deseo de encontrarse en el recorrido de ese dedo pero no… éste, tras recoger la gota que había sondeado el mismo camino, inicia de nuevo su ascenso,, seguro pero sin prisas: Llega hasta mi clavícula, recorre mi cuello, dibuja mi mandíbula y se acerca a la comisura de mis labios para darme de beber… No intenta entrar en mi boca sino que la yema descansa  apoyada en el lateral de ésta apenas entreabierta y soy yo misma la que, despacio, despacio, giro mi cabeza permitiendo que mis labios se deslicen por su dedo.
            Ha sido un contacto tan fugaz, tan leve que nadie de nuestro alrededor se ha percatado de lo que, en realidad, está sucediendo. Porque entre toda esta muchedumbre, dos mentes están haciendo el amor, fundiéndose en el placer, derritiéndose en el deseo…
            Los frenos del metropolitano chirrían al accionarse y detenerse en la nueva parada. Es la tuya. Tienes que bajar.. Nuestros cuerpos están prácticamente pegados. Mis pechos, al compás de mi respiración entrecortada, avanzan hasta prácticamente tocar tu pecho para luego retroceder…
            Acercas los labios a mi mejilla, tan abajo que tu beso lo recibo en la comisura y muerdes ligeramente, como si fuera por casualidad, mi labio inferior. Tu mano se ha deslizado sigilosamente desde el lateral de mi muslo hasta mi cadera, y cuando me sueltas siento la seda de mi falda que resbala por mi pierna volviendo a su sitio..
            Das media vuelta y te dispones a bajar del vagón. Al cruzar el umbral de la puerta, me miras y emprendes tu camino… Oigo el silbato que avisa que el tren reanuda su camino y justo en el momento en que las puertas se disponen a cerrarse, me escurro ágilmente entre ellas como si un resorte mágico se hubiera disparado en mi interior..
            No sé qué estoy haciendo ni voy a preguntármelo. Sólo te sigo, sin saber si tú eres consciente de que estoy a unos cuantos metros de ti. Vas rápido, parece que tienes prisa y que no te has dado cuenta de que he bajado del vagón. Te veo entrar en la cafetería de la misma estación de metro y dudo qué hacer… ¿Entro? ¿Te hablo? ¿Te digo que te deseo, que sueño con sentir tu cuerpo? Que mis ropa interior  está empapadas y que necesito sentir tu mano dentro de ella?
            Buscando una respuesta, me sorprendes desde dentro del bar y me sonríes… Me haces un ademán para que entre pero… no lo voy a hacer. No quiero tomar un café contigo, al menos ahora no es lo que quiero de ti. Hoy estoy dispuesta a cumplir mi fantasía, sin titubeos ni tabúes. Me siento ansiosa de ti y no voy a reprimirme. Te sonrío mientras me giro, camino dos pasos y me giro a sonreírte de nuevo. Esta vez me seguirás tú…
            Retrocedo el camino ya recorrido pues, antes, he observado que había unos servicios públicos. Me voy cruzando con algunas personas aunque no muchas, la hora punta ya pasó por lo que los pasillos empiezan a ser transitables. Oigo mis tacones, mucho más sonoros que tus pisadas pero, sin girarme, sé que estás ahí, siguiendo mis pasos. Entro al baño de señoras y me introduzco en uno de los compartimentos… La única mujer que hay, se acaba de lavar las manos y ya ha salido. Mi corazón enloquecido parece luchar por abrir mi blusa y mis oídos escuchan unos pasos masculinos que van deteniéndose delante de cada puerta.
            No sé si has visto mis zapatos, o escuchado mi respiración o quizás hayas percibido el olor a hembra en celo que desprendo pero abres mi puerta y ésta se vuelve a cerrar tras tu ancha espalda…
            Me aprisionas entre la pared y tu cuerpo. Tu mano sujeta mi mandíbula mientras tu lengua se abre paso entre mis labios. Tu lengua, húmeda y caliente, explora mi boca sin descanso. Tus besos son puro sexo y mi entrepierna hierve pidiendo auxilio. Tu otra mano se cuela entre mi falda y levanto mi pierna apoyando el pie en el retrete para hacerte la tarea más fácil. Tus dedos expertos frotan mi vulva por encima de mis  braguitas empapadas, hacen pequeños círculos sobre mi clítoris, suben y bajan por la entrada de mi vagina y, sin poder controlarlo, alcanzo mi primer orgasmo…
            Silencias mis gemidos, tapándome la boca con la mano mientras tus dedos me penetran acompañándome hasta el final de mi clímax… Qué placer tan inmenso me das... mi fantasía se está haciendo realidad y ésta no la desmerece en absoluto..
            Cuando mis jadeos han dejado de ser un peligro para nuestra intimidad, retiras tu mano y me sonríes a la vez que me haces girar y te siento detrás mío. Me vuelves a tener a tu disposición pero esta vez de espaldas y mientras tu aliento calienta mi cuello, tu mano se introduce por debajo de mi blusa, se desliza por debajo de mi sujetador y masajea mis pechos con pasión, dedicándole juegos a mis pezones erectos..
            Escucho el deslizar de una cremallera y me vuelvo a humedecer sabiendo lo que me espera. Me subes la falda que queda apoyada en mi espalda arqueada y separo mis piernas para facilitarte el camino. Abandonas mis pechos tan solo un instante para apartar a un lado mi diminuto tanga y dejar libre la entrada a mi sexo. Y te siento... siento como jugueteas con la punta de tu miembro, acariciando mi vulva pero sin entrar. Me haces sufrir, es tan placentero que volvería al orgasmo asimismo pero no puedo esperar. Me muero por sentirte dentro, necesito que me hagas tuya ahora mismo, sin más...
            Debes haber escuchado mis súplicas silenciosas o quizás ha sido el movimiento de mis caderas llamándote porque comienzas a entrar, tan, tan lento que siento cada milímetro de tu pene, el calor de tu carne increíblemente dura que va abriéndose paso por mi interior. Nuestros cuerpos inician un baile en el que llevan el mismo compás. Un primer ritmo pausado y lento me envuelve en un aura de placer. No pienso, no puedo pensar. Sólo sentir el placer más grande que he sentido nunca y recrearme en él, deseando no acabe nunca. Poco a poco, tus jadeos van creciendo, tu brazo rodea mi vientre para llegar hasta mi clítoris, te estrechas todavía más contra mí y aquel ritmo de blues tan profundo, tan intenso, eriza nuestros cuerpos hasta llevarlos a la máxima sensibilidad.
            No puedo, no puedo más, no puedo esperarte y de nuevo sucumbo al éxtasis que hace temblar el interior de mi sexo derramando el fruto de mi  placer y bañándote con él. Mi calor te ha rodeado y  tú tampoco tienes vuelta atrás y ahora ya, como un paciente caballero, te dejas ir y en cada una de tus embestidas, depositas en mí tu esencia. Permaneces quieto, dentro de mí, intentado recuperar la respiración y, mientras descansas, marco yo los últimos compases para que me regales hasta la última gota...
            Sales de mí, me giró y nos fundimos en un tierno beso lleno de complicidad.
-        Creo que ambos llegaremos tarde al trabajo, hoy -digo, con una sonrisa.
-        Es cierto... Deberíamos irnos – contestas.

            Y entre sonrisas y besos, nos aseamos uno al otro como podemos y nos apresuramos a salir con disimulo.

            Debemos separarnos. Yo volver al andén y coger nuevamente el metro y tú, en dirección hacia la salida.

            Nos damos un último beso y antes de marchar, dices:

-        Me voy, princesa. Hasta mañana...   

SUEÑOS DE HELADO


Mmm...

Un gemido tímido, gutural, una mezcla entre placer y sopor sale por mi garganta. Procede de mi vientre, atraviesa mi estómago, mi pecho y escapa entre mis labios como un saludo al nuevo día... 

Mis ojos permanecen cerrados todavía. No desean abrirse, siguen dormidos o simplemente es que permiten que sean mis otros sentidos los que se deleiten al máximo con lo que estoy sintiendo...

Extiendo mi mano, hasta mi entrepierna y se posa sobre tus cabellos. Los acaricio... Mis dedos se deslizan como un peine apreciando su suavidad. Mis yemas alcanzan tu cuero cabelludo y ejercen una pequeña presión para indicarte que he despertado y que me gusta tu manera de decirme buenos días...

Ronroneas, emites un sonido de complacencia pero no dices palabra pues tu boca está ocupada. Sedienta, ansiosa por disfrutarme y hacerme disfrutar.

Tu lengua... Ohhh, tu lengua...!! Trabaja afanosamente, sin descanso, en alcanzar todos los rincones de mi vulva. Acaricia mis labios más íntimos tal cual fuesen un helado a punto de derramarse y se encarga de recoger hasta la más mínima gota de mi esencia. Tan pronto acaricia suavemente mi clítoris como penetra mi vagina con avidez..

Mi sexo está empapado, fruto de mi excitación y de la humedad de tu boca... Tu lengua para por instantes para permitir que tus labios sorban mi clítoris y cuando creo no poder aguantar más, vuelves a lamer tu particular helado...

Retornas a penetrarme oralmente y empujo mi sexo hacia delante para facilitarte el trabajo y que puedas alcanzar mayor profundidad en mi cueva. La siento tan fuerte, tan vigorosa y decidida.. Entra, sale y vuelve a entrar... Lentamente pero sin titubeos, se abre paso entre la estrechez de mi vagina y yo siento cada una de sus papilas, de sus poros, que parecen nacidos para deleitar mi goce.

Todo mi ser anida entre mis muslos, los cuales rodeas con tus brazos para acomodarte entre ellos y siento que tu boca poderosa es dueña de mi cuerpo, del latido de mi corazón que ha descendido hasta mi clítoris hinchado, lleno de sensaciones deseosas de explotar y al borde del delirio.

Reanudas tu tarea en éste. Me llevas y me entrego a un camino sin retorno. Mi espalda se arquea pues no puedo controlar mi éxtasis.

Ahhhhh.....

El placer es tan inmenso que mis ojos, todavía cerrados, se inundan de lágrimas que besan mis mejillas a la vez que mi helado, convertido ya en líquido, besa tu boca y sacia tu garganta sedienta.

Y en la confusión de mi ser, en la recuperación de mi aliento, siento un beso lleno de amor en mi boca que me susurra: - Ssst.. duerme... sólo ha sido un sueño...

Sé que no es cierto, que ha sido real, pero decido creerte. Ahora sólo quiero volver a dormirme y volver a soñar...
Ojalá cuando despierte, seas tú el que duermas y pueda regalarte un sueño...   

MIRADAS INDISCRETAS

Abrí los ojos… El calor era sofocante y todo mi cuerpo estaba humedecido en sudor...
Me encanta tomar el sol en casa. Vivo en un piso alto con una terraza, amplia como un pequeño jardín, lo que me permite tener un par de hamacas y un comedor de verano.
La única vivienda que está por encima de mi nivel de altura y que tiene un ángulo suficiente de visión, tanto por altura como por cercanía, como para poder invadir mi intimidad, está deshabitada así que, en verdad, estoy bastante amparada de mirones.
A veces, para tomar el sol desnuda,  pues detesto tener marcas, estiro una toalla en el suelo y me tumbo allí ya que así, me parece quedo resguardada, todavía más si cabe, de posibles miradas ajenas.
Aquel día así lo hice e incluso colgué otra toalla en la baranda de modo que impidiera se me pudiera ver través de los barrotes.
Pero, mientras permanecía allí estirada, completamente desnuda y con mi cuerpo absolutamente relajado, algo me dijo que no estaba completamente sola...
No me equivocaba. Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, pude ver que en el balcón del piso vacío se encontraban dos hombres, apoyados en la baranda y, aunque a juzgar por sus prendas, debían ser pintores, si algo no estaban haciendo en ese momento, era trabajar pues ambos fumaban mientras mantenían sus miradas fijas en mí.
En aquel momento de sorpresa, sentí la llave de casa que abría la puerta. Era mi marido, Dani, que regresaba del trabajo. Ya eran las 5!! Me enfundé, sin levantarme,  la pequeña camisola que colgaba de la silla y me levanté para ir a recibirlo.
 - Ummm… Qué fantástico llegar a casa y encontrarme este recibimiento..- susurró Dani mientras me abrazaba de la cintura y me besaba.
 -  Hola, amor.. Estaba tomando el sol y he perdido la noción del tiempo..
 -  Ahh.. y sin bikini, eh?? Me encanta…- comentó mientras introducía su mano por debajo de mi camisa comprobando la desnudez de mis nalgas – Qué bien se está de vacaciones, eh, malvada?
 - Ja, ja… Pues sí, pero a tí ya sólo te queda una semana para empezarlas así que no seas envidioso!!  - le reprobé con coquetería mientras me dejaba acariciar- Iba a hacerme un café con hielo ¿quieres uno, cariño?
 - Sí, por favor, algo bien frío! Voy a ponerme cómodo de mientras, así como tú, ligerito… - dijo, dirigiéndose al dormitorio y enviándome una mirada llena de lascivia.  
Me dispuse a preparar las bebidas y fui al encuentro de Dani, que se encontraba ya en la terraza, vestido únicamente con un boxer. A medida que me acercaba, aproveché para deleitarme admirando el fibrado cuerpo de mi marido. Seguía manteniéndose tan atractivo como cuando lo conocí…
  - Hey! El piso, aquel cerrado, parece que lo están arreglando. Hay pintores..
  - Sí, ya los he visto. Me he dado cuenta justo cuando has llegado. He abierto los ojos y allí estaban con los ojos clavados en mí, como dos halcones…
  - Así que te han visto desnuda… Pues mi llegada les debe haber cortado el rollo, ja, ja… Pobrecillos..
Me acomodé en una silla, mientras que Dani optó por sentarse en la toalla del suelo. Tomó un sorbo de café y me extendió la mano instándome a sentarme a su lado. Acepté su invitación y enseguida me abrazó y me besó con pasión. El frescor de su lengua me hizo vibrar. Tener su cuerpo al lado bajo aquel calor, me excitaba tanto…
Dani, me miró fijamente con aquellos ojos que me expresaban cuanto me deseaban, giró la vista hacia el balcón de los pintores que, aunque con disimulo, seguían pendientes de lo que ocurría en nuestra terraza…
 - Aunque… si lo piensas bien, el pobrecillo soy yo. Ellos han tenido la oportunidad de verte desnuda y yo, hoy, todavía no… -me  recriminó con una sonrisa maliciosa mientras arrugaba el bajo de mi camisa en mi vientre, dejándome las ingles al descubierto – Eso no es justo, no crees?
-  Ja, ja... pues vamos dentro y hacemos justicia, cariño..
- ¿Para qué ir dentro con lo bien que se está aquí? Además siempre te humedeces tanto cuando sientes el calor de sol entre tus piernas..
Las palabras de Dani resbalaban de su boca mientras sus manos iban desabrochando los botones de mi blusón...
  - Dani... aquellos tíos no quitan ojo. Están pendientes de todo lo que hacemos..
  - Normal.. Pocas veces habrán visto un cuerpo como el tuyo. No hagas caso. Como si no estuvieran... Yo incluso lo encuentro excitante que estén babeando por la mujer que sólo yo puedo gozar
Lo miré perpleja por lo que estaba escuchando y me dí cuenta de que aquella situación le había excitado de veras. Abrió mi camisa de par en par, dejando mis pechos al aire y comprobó con disimulo que los pintores no perdían detalle de lo que estaba ocurriendo.
  - Mmm... no me digas que tú misma no lo encuentras excitante.. Tienes aquí a tu marido, completamente dispuesto a darte placer y a dos extraños que darían lo que fuera por estar en mi lugar... Por poder acariciar tu piel, probar el sabor de tu boca, tocar tus pezones, hundir sus dedos entre tus piernas.. Sabes que no te pueden tocar, sólo desearte y que cada uno de tus movimientos hacen que su excitación vaya a más y a más.. ¿No te excita ese poder, Eva?
Todo cuanto me dijo fue acompañado de un susurro en mi oído, mientras que su dedo índice había ido trazando sobre mi piel, sutilmente y al compás de sus palabras, el recorrido que éstas habían descrito.
En su última pregunta, la yema de su dedo rozó, como casualmente, mi clítoris que iba hinchándose por momentos...
  - Si no quieres, nos metemos dentro, cariño, pero la verdad es que esta situación me pone a mil ¿A ti no? Hagamos como que no están, sin mirarlos pero sabiendo que están ahí, controlando nuestros cuerpos, intentando poder percibir en el aire el placer que sólo a mí me darás y que sólo yo te daré...
El rubor había asomado a mis mejillas pero ya no supe si era por vergüenza o por el estado de excitación que me había invadido. Verdaderamente, la situación nos tenía encendidos a los dos y tantas veces, habíamos bromeado con la idea de hacerlo en un sitio público con el riesgo de que nos pudieran ver... Parecía que aquel era el momento idóneo, aunque ya no era con riesgo a que nos pillaran sino con la certeza de que nos estaban observando...
Miré a Dani y le sonreí. Mis labios se acercaron a los suyos y sentí como sus manos ayudaban a mi camisa a deslizarse por mis hombros. La boca de Dani descendió por mi cuello hasta detenerse en mis pezones y besarlos como sólo él sabía hacerlo.  
Eché mi cabeza hacia atrás, abandonándome a sus caricias y, en aquel momento, no pude evitar abrir los ojos y mirar hacia aquellos hombres. El constatar de que permanecían ensimismados y expectantes de nuestras caricias, me humedeció de tal modo que sentí como de mi vagina emanaba un hilo de flujo que se perdía entre mis muslos.
Aunque mantenerles la mirada me excitaba de un modo terrible, no conseguía deshacerme del todo de mi pudor así que opté por tumbarme, cerrando los ojos, intentando concentrarme sólo en Dani, el cual seguía recorriendo con su lengua cada rincón de mis pechos y de mi vientre.
Al estirarme por completo, le facilité la llegada a mi pubis y a todo mi sexo. No perdió oportunidad y se dispuso con su lengua a comprobar que no quedaba ni un milímetro de mi entrepierna sin recibir una caricia. Tan inmerso estaba en lo que hacía que parecía se hubiera olvidado de nuestros espectadores pero, entonces, pude observar como levantaba la vista con disimulo para comprobar de nuevo que los ocasionales vecinos seguían allí..
Cruzamos nuestras miradas, colmadas de una mezcla de diversión, nerviosismo y lujuria. Entre la experta lengua de Dani y los ojos que sabía estaban clavados en mí, me sentía al borde del clímax y cada vez más desinhibida. Ayudé a Dani a desprenderse de su boxer, el cual parecía iba a rasgarse, tan fuerte era la erección que estaba conteniendo. Aquel pene que tanto conocía y  adoraba, rogaba encarecidamente ser atendido, lo cual era lo que yo más deseaba.
Sin dudarlo, me incorporé girándome hacia Dani, haciendo así que éste se tumbara boca arriba y, me senté sobre su vientre, hundiendo todo su miembro en el interior de mi vagina, reteniéndolo así como una reina retiene su cetro entre sus dedos.
Notaba aquellos ojos extraños clavados en mi espalda, en mis nalgas. Por mis movimientos cada vez más incontrolados, seguramente debían estar observando también el vaivén de mis pechos.
Dani sujetaba fuertemente mis caderas ayudando a que la penetración fuera todavía más profunda, si es que ésto era posible, pues mis muslos permanecían bien abiertos para que hasta el último milímetro de su pene fuera acogido en mi interior.
Sentí como un increíble orgasmo se íba apoderando de mi cuerpo por entero. Sin controlar mis gemidos, éstos se fundieron con los de Dani que, al verme gozar, se liberó él también inundando mis entrañas.
Al alcanzar el punto máximo de clímax, giré la cabeza y comprobé, con los ojos abnegados de placer, que los dos hombres habían sido testigos de nuestro orgasmo conjunto. Una sonrisa se dibujó en mis labios.
Me acomodé al lado de Dani, besándole con amor...
- Ha sido fantástico. Esta tarde no la olvidaremos ni nosotros ni ellos...- comentó Dani con la respiración todavía entrecortada mientras señalaba hacia allí con un ademán de cabeza.
  - Pobres... Ahora me dan hasta lástima. A ver como explican ante su jefe el por qué no han pintado ni una pared en toda la tarde... ja, ja..
Entre risas, nos incorporamos y abrazados entramos dentro de casa para darnos una ducha mutuamente y seguir disfrutando el resto de la tarde, eso sí, en la más estricta intimidad...
 

UNA CERVEZA PENDIENTE..

 
Claudio colgó el teléfono... Uff! Esa mujer le fascinaba. Llevaban ya años relacionándose por trabajo y, aunque nunca se habían conocido personalmente, habían llegado a tal grado de confianza que existía un contacto más allá de lo profesional pues, en ocasiones, además, hablaban de su vida privada, explicándose alegrías, problemas e inquietudes personales.

Incluso, a veces, sus conversaciones con Sara habían sobrepasado la línea de la amistad, entrando en un sutil juego de flirteo que, no sabía a ella, pero a él le habían llevado a sentir una excitación suficiente como para fantasear sexualmente con Sara, más de una vez…

Sara era una mujer muy interesante y, a juzgar por las fotos que había visto de ella, también sumamente atractiva físicamente. En todos estos años que le habían permitido ir conociéndola había ido descubriendo una mujer segura de sí misma, femenina, sensual y con una fuerte personalidad.

Ahora Sara, apenas hacía un minuto, le había confirmado su asistencia a la Feria de Interiorismo que tenía lugar en San Sebastián dentro de una semana y Claudio, al oírlo, sintió como sus latidos se aceleraban. Aunque esta Feria se celebraba cada año y la empresa fabricante de muebles de Valencia donde trabajaba Sara, tenía un stand permanente, era el primer año en que ella permanecería en San Sebastián durante dos días, uno de los cuales coincidía con la visita anual de Claudio al evento, en calidad de jefe del departamento de compras de la firma zaragozana donde él trabajaba.

- Parece ser que, por fin, vamos a vernos las caras.. – le había dicho Sara
- Entonces podremos tomarnos aquella cerveza que tenemos pendiente
  contestó Claudio, haciendo referencia a una antigua conversación mantenida.
- Claro. Como no…

El modo de Sara de arrastrar las palabras y dejar las frases como en el aire, provocaban a Claudio una agitada sensación  en la que su imaginación se ocupaba de acabarlas. En breves segundos, su mente ya estaba fantaseando en como Sara cruzaría las piernas, sentada delante de él… Imaginaba la garganta de Sara moviéndose al beber y como se pasaba la lengua por los labios para deleitar la frescura de esa cerveza…

Claudio empezó a notar como sus pensamientos se agrupaban en su entrepierna y, consciente de que no era el mejor momento para levantarse de su sillón, se obligó a realizar una serie de llamadas a otros proveedores, a fin de conseguir desconectar el boton de ON que se había encendido en su interior más lujurioso.

Llegó el día de volar a San Sebastián. Los días anteriores, Sara y Claudio habían hablado en numerosas ocasiones, siempre mencionando el detalle de que, en breve, se encontrarían personalmente. Había imaginado mil veces el encuentro y, aún sin saber con que fin, organizó su agenda de manera que el stand de Sara fuera el último en la lista para visitar. Con suerte, la hora coincidiría con el momento de cerrar el recinto. Deseaba poder encontrar la oportunidad de proponer ir a cenar a Sara, pero sin que pareciera premeditado.


Tras un largo día de visitas y encuentros con distintas empresas colaboradoras, Claudio se dirigió, intentando difuminar su nerviosismo, hacia la zona donde se hallaba ubicada la empresa de Sara. A medida que se acercaba, intentaba distinguirla sin resultado,  entre las personas que se encontraban allí. El jefe de Sara, al cual ya conocía, acudió enseguida a saludarlo pues la empresa de Claudio era uno de sus mejores clientes. Con entusiasmo, comenzó a explicarle el éxito que estaba teniendo la feria y los nuevos proyectos que estaban presentando en ella.

Claudio intentaba seguir el hilo de la conversación aunque, en el fondo, lo que único que deseaba saber era donde estaba Sara. ¿Quizás en el último momento no había acudido…? Estaba sumamente contrariado. Esta última semana en el único proyecto que había pensado era el de conocerla a ella y ahora no estaba allí…

Cuando ya estaba a punto de preguntar, su olfato percibió, unas décimas de segundo antes que sus ojos, la presencia de Sara a su lado. Aquel particular perfume era tal cual imaginaba a ella… envolvente, seguro y cargado de seducción.

- Sara! Permíteme que te presente a Claudio. Creo que todavía no habíais coincidido en ninguna ocasión…
- No, es verdad, pero hemos hablado tanto que prácticamente es como si nos conociéramos. Es un placer, finalmente, saludarte en persona, Claudio…

Sara le tendió la mano, a la vez que le besaba en las mejillas. El tenue roce de aquellos labios en su rostro, provocó a Claudio una especie de sacudida eléctrica. Si hasta aquel momento, sólo había fantaseado con ella, ahora, al tenerla a su lado, la deseaba  realmente.

Flanqueado por sus dos anfitriones, Claudio tuvo ocasión de conocer las nuevas colecciones de las que, el jefe de Sara, no cesaba de detallar sus características. Sara y Claudio iban asintiendo sonrientes, con movimientos de cabeza o pequeños comentarios al respecto. Sus cruces de miradas, fugaces  a la par que intensos, mantenían otro tipo de conversación muy distinto al de sus voces.

Disimuladamente, Claudio aprovechaba  toda oportunidad para contemplar el cuerpo de Sara, el escote que acababa en el nacimiento de sus pechos, el vaivén de sus caderas al caminar, sus piernas esbeltas envueltas en medias negras, sus glúteos prietos que balanceaban el vestido que los cubría. Advirtió en la mirada de Sara, de que se había percatado de cómo la estaba observando y se sintió tremendamente turbado, convencido de que Sara estaba leyendo sus pensamientos, profundamente eróticos, enteramente sexuales…

Finalizaron el recorrido apenas anunciaban el cierre del recinto. Al comentar en qué hoteles estaban hospedados ambas partes, Sara comentó, dirigiéndose a su superior:

- No le comenté antes, pero tengo viejos amigos en esta ciudad y, al decirles que venía aquí, me invitaron a cenar esta noche y no he podido negarme. Espero no le parezca mal…-Sara acabó la frase mirando a Claudio, por un segundo, el cual bastó para que aquellos ojos le transmitieran un mensaje.
  - Oh, Sara! Bueno, lo entiendo, después de 12 horas en el Salón, no puedo exigirte más pero es una verdadera lástima pues deseaba nos acompañaras cenando porque, ¿permitirás, Claudio, que te invite a cenar, verdad?

Claudio respondió que, muy a pesar, le era imposible aceptar la invitación pues ya había acordado cenar con un colega pero prometió volver por la mañana para concretar un acuerdo sustancioso para ambas partes, de cara a la nueva temporada y que podrían sellarlo con un buen almuerzo. Ahora debía marcharse sino quería hacer esperar a su compañero. Sara marchaba también en aquel instante en dirección a casa de sus amigos así que, casualmente, emprendieron el camino a la salida, juntos.

Al encontrarse ya distanciados del stand, Claudio confesó:

-  No he quedado con ningún colega para cenar…
  -  ¿De verdad? Porque yo no conozco absolutamente a nadie en esta ciudad…-  respondió Sara inocentemente, mientras sonreía mirando al frente.

Entre risas, cogieron un taxi para que les indicara y llevara a algún restaurante, donde pudieran tomar una buena cerveza. Durante el trayecto, fueron charlando animadamente, mientras sus cuerpos, con un lenguaje sub-liminal, aprovechaban toda ocasión buscando un mínimo contacto físico, una mano, un brazo, unas rodillas que se rozaran…
El vestido de Sara, había ascendido unos centímetros sin que ella pareciera haberlo advertido y, aunque intentaba no fijar sus ojos en aquellas piernas que asomaban provocadoras, Claudio se moría de ganas de poner su mano sobre ellas y acariciar esos muslos que parecía le estaban retando a perder el control. Deseaba poder separarlos y descubrir el tesoro que se escondía entre ellos…
No sabía como comportarse, su excitación era tal que se acomodó nuevamente en el asiento, buscando camuflarla. Una sonrisa misteriosa en los labios de Sara, le hacía sospechar que, de nuevo, le había pillado in fraganti. Por un instante, sintió vergüenza, pero, por otra parte, el saberse descubierto le provocó una erección todavía más fuerte.
Hubo un momento de silencio y en un cruce de miradas, Claudio decidió jugársela, dejando caer su mano sobre la de Sara. Ella, sin decir nada, cogió lentamente la de Claudio y la depositó sobre su muslo, concediéndole su deseo.
Sin dejar de mirarse, acercó su rostro al de ella y sus lenguas se entrelazaron abriendo la puerta a la realidad a las fantasías ocultas de Claudio. Las rodillas de Sara se distanciaron sutilmente y permitieron que la mano se deslizara unos centímetros, para luego  aprisionarla e inmovilizarla entre aquel calor. La boca de Claudio empezó a recorrer el cuello de Sara, descendiendo hasta su clavícula.. Ella arqueó la espalda, haciéndole más fácil el recorrido.
- En el hotel, habrá cerveza…-comentó él con una voz entrecortada.
- Seguramente… -respondió Sara, con un húmedo susurro, mientras sus piernas   se abrían unos pocos centímetros más permitiendo la movilidad de los dedos de Claudio.

Claudio indicó al taxista la nueva dirección a tomar mientras sentía las caricias de la palma de la mano de Sara sobre su pantalón. El taxista sonrió indiscretamente pero nadie pudo apreciarlo. Claudio estaba girado hacia Sara, que correspondía a sus besos con tal intensidad que creía iba a volverse loco por poseerla allí mismo. Su mano había descubierto que las medias de Sara acababan a medio muslo así que podía sentir el tacto de aquella piel aterciopelada, que parecía arder y su dedo recorría la delicada blonda de la ropa interior femenina.
Cuando parecía que estaban por olvidar que viajaban en un taxi, el chofer les advirtió de la llegada a destino. Se separaron forzosamente y mientras Sara se estiraba el vestido, pagó el trayecto y se apearon entrando en el hotel, cogidos de la mano.
Claudio solicitó la llave en recepción y se encaminaron hacia el ascensor, pasando entre la gente sin tan siquiera verla. En el ascensor, compartido con dos personas más, bromeó sobre la posibilidad de que no hubiera cerveza en el mini-bar de la habitación. Sara se limitó a contestar uniendo su cuerpo al suyo. Lo miró fijamente con unos ojos que prometían el cielo… El miembro de Claudio, al sentir aquel vientre femenino contra él, se endureció nuevamente hasta el máximo y ella, al sentirlo, se movió sutilmente presionándolo todavía más. Nunca tres plantas habían sido tan largas para Claudio…
  
Descendieron del ascensor en la planta donde se hallaba la habitación, que en un instante alcanzaron. Introdujo la tarjeta y permitió pasar a Sara. Cuando ésta quiso encender la luz, Claudio se lo impidió:

- No enciendas aún…

Sara obedeció y mientras la estrechaba contra sí y la besaba con pasión, la condujo hasta la cama, haciéndola sentar en el borde de ésta y se arrodilló ante ella. Sólo las luces del exterior que entraban por la puerta de la terraza, con las cortinas a medio correr, rompían la oscuridad de la estancia. Podían ver la silueta del otro, el brillo de sus pupilas dilatadas por el deseo y percibir su sonrisa pero los detalles eran una mezcla de realidad e intuición.
En silencio, Claudio fue situándose lentamente entre las piernas de Sara, la cual lo miraba fijamente dejándose hacer. Levantó con delicadeza su vestido, acarició la cara interna de sus muslos, invitando a que se abrieran y acercó su rostro a la entrepierna de Sara.
El sexo de Sara desprendía un maravilloso olor que le embriagó totalmente. Exhaló lentamente una pequeña bocanada de aliento sobre la diminuta y húmeda tela que cubría aquel regalo completamente rasurado y sintió como el vientre de Sara se estremecía de placer. Deslizó la lengua por su ingle, rozando la costura de sus minúsculas braguitas. Repitió la operación en el otro lado sin dejar de cruzar la mirada con Sara. Ésta permanecía inmóvil, expectante, apoyada en sus manos y pendiente de cada movimiento que él realizaba. Sus piernas se habían abierto enteramente, quedando a su completa disposición. Claudio mordisqueó con infinita suavidad el empapado tejido y sintió como el clítoris de Sara, se hinchaba, ansioso de placer, suplicando ser devorado. Ayudándose de sus dedos, retiró a un lado la prenda y con su nariz abrió los labios de Sara, húmedos y calientes. Su lengua, primero tímida, atravesó pausadamente su vagina hasta llegar a acariciar fugazmente el clítoris de Sara, que sintió tal placer que su cuerpo se tensó, retirándose unos milímetros del rostro de Claudio. Rápidamente, ella misma adelantó su cuerpo hasta el límite de la cama y se abandonó completamente a las caricias de Claudio. Éste hundió ya su rostro, sin reservas, en aquel manantial, para lamer y recoger hasta la última gota que emanaba de él.
Sus manos asían con fuerza los glúteos de Sara para traerla hacia sí hasta el límite. No quería dejar ni un milímetro de su sexo sin recorrer. Su sed de aquellos jugos era insaciable y su lengua, así acariciaba en círculos el clítoris de Sara, como la penetraba sin piedad, como si de un dildo se tratara...
Sara, sucumbida, arqueaba su espalda y gemía,  suplicando en susurros que no parara hasta que, las oleadas de placer fueron tan continuas que la llevaron a un camino sin retorno hacia el éxtasis. Claudio sintió la intensidad de su orgasmo en su rostro y sólo cesó de besarla cuando ya los jadeos de Sara fueron finalizando y distanciándose.
Se incorporó para estirarse a su lado y poder admirarla mientras ella recuperaba el ritmo de la respiración.
Ella lo miró, todavía jadeante y lo besó apasionadamente saboreando así el sabor de su propio sexo.

- Ha sido fantástico. Ahora me toca a mí compensar tanta generosidad… -dijo Sara, que se levantó de la cama y encendió, ahora sí, una pequeña luz para empezar a desvestirse lenta y sensualmente y permitir así, que Claudio contemplara aquel precioso cuerpo que se exhibía ante sus ojos, sin ningún atisbo de pudor.

Completamente desnuda, comenzó a despojar a Claudio de sus ropas. Éste, sólo al pensar en lo que iba a suceder, se estremecía de deseo. Cuando Sara dejó su miembro al descubierto, los ojos de ella brillaron de satisfacción y besó aquella fusta con tal entrega que Claudio creyó iba a llegar al orgasmo ya en aquel instante
Sara le cogió de las manos, obligándole a abrir los ojos y acompañándole a sentarse en el sillón.

- Estarás más cómodo… Yo me ocupo de todo…

Se acomodó en el sillón. Su excitación era tal que su pene permanecía erecto tal cual serpiente hipnotizada por la música de una flauta mágica. Sara se inclinó para besarle y rozar su cara con sus pechos, permitiéndole saborear la suavidad de aquellos pezones, café con leche, erguidos y desafiantes. Quiso aprisionarlos entre sus labios pero cuando se disponía a hacerlo, Sara, con la agilidad de una pantera, se giró dándole la espalda. Unos glúteos tersos y hermosamente redondeados aparecieron ante los ojos de Claudio y sin dejar de contemplarlos, observó como descendían hasta sentir como su miembro  empezaba a penetrar, sin prisas, el sexo de Sara. El calor y la presión que aquel túnel le hacía sentir era increíble. Sara marcaba el ritmo… primero lento, para ambos ser conscientes de la fricción de sus cuerpos. El cuerpo de Sara se contoneaba consiguiendo que el pene de Claudio acariciara hasta el último rincón de su interno. Bajaba acogiéndolo hasta el fondo, dentro de sí, y luego ascendía tan lentamente que Claudio podía ver como su pene brillaba bañado en los jugos de Sara. Era una visión maravillosa que le estaba llevando al paraíso. Poco a poco, los movimientos de Sara fueron acelerándose, las entradas y salidas de su miembro empezaron a ser continuas, sin pausa, sin descanso… Claudio la asió fuertemente de las caderas para acompañarla en las embestidas feroces que ella le estaba dando. Las nalgas de Sara bajaban hasta chocar con su vientre y volvían a subir a una velocidad vertiginosa. Claudio deseaba más y más pero su cuerpo no podía resistir más tiempo. Necesitaba explotar dentro de aquella mujer que lo estaba matando de placer y sintió como toda su energía se acumulaba en su entrepierna. Los gemidos de ambos se entremezclaron y retorciéndose de placer, ella recibió en su interior el brutal orgasmo de Claudio que continuó disfrutando de los movimientos de Sara hasta que le fue arrebatada la última gota de semen, dejándolo exhausto..
Acarició la espalda de Sara, que se reclinó en su pecho y, por unos instantes, cerró los ojos buscando recuperar la respiración. Al cabo de unos segundos, sintió unos labios limpiándole dulcemente el glande, una lengua recorría cada milímetro de su miembro. Sara le sonrió. Le indicaba que sólo habían acabado el primer asalto.. Sorprendido de su inmediata recuperación, Claudio percibió como el deseo volvía a mostrarse en su entrepierna.

- Todavía me debes una cerveza..
-  Ja, ja…Quizás no la tomemos hoy pero ten por seguro que te sentirás pagada..- respondió mientras se incorporaba y tomaba a Sara de la cintura para tumbarse juntos en la cama
 -  No lo dudo, cariño… Me consta que eres muy buen pagador -dijo ella, deslizándose hacia abajo para continuar sanando al guerrero que debía volver a la batalla.

Aquella mujer era todavía más fantástica de cómo él la había imaginado. Su fantasía se había convertido en realidad y no pensaba desaprovechar la oportunidad de cumplir absolutamente todo lo que su mente, tantas veces, había recreado…


CUMPLEAÑOS FELIZ!!

Juan pagó la cuenta y se dispusieron a salir del local. Aunque el restaurante donde su marido la había llevado era precioso y habían degustado una cena exquisita, Ana no podía evitar sentirse un poquito defraudada. La celebración de su cumpleaños parecía estar llegando a su fin y parecía también, que el regalo de Juan había consistido en aquella cena íntima.
Lo habían pasado estupendamente, charlando, riendo, incluso coqueteando como cuando eran novios pero, aunque a ella misma le diera rabia reconocerlo, se había pasado la velada esperando su regalo de aniversario, el cual no llegó ni con los cafés.
No tenía ningún motivo para sentirse enfadada pero se sentía un poco decepcionada. Cuando Juan le había dicho, varias semanas antes, que este año tendría un cumpleaños muy especial, ella se había imaginado algo más emocionante u original que una cena íntima, por muy caro y chic que fuera el restaurante.
Al subir al coche, su marido la abrazó, la besó con pasión y Ana sintió derretirse con aquel beso. Era verdaderamente increíble que, tras cuatro años de casados, las caricias y los besos de Juan continuaran provocándole aquel grado inmediato de excitación tan alto. Había oído a varias de sus amigas, hablar del estrepitoso descenso o incluso desaparición de su libido pero Ana, en cambio, continuaba deseando a Juan con la misma desesperación que años atrás. Practicaban sexo con frecuencia y su conexión en la cama era maravillosa. Les gustaba jugar, con y sin artículos eróticos, y tenían la confianza suficiente como para explicarse las diversas fantasías que pudieran tener uno u el otro.
Ana recapacitó sobre ello y se dio cuenta de lo feliz que era con su marido. ¿¿Como podía sentirse desilusionada por no haber tenido un regalo material??
Miró a Juan, que conducía, le puso la mano en la entrepierna y besándole en el cuello le preguntó si le haría el amor en cuanto llegaran a casa.
- Ja, ja.. Siempre a tus órdenes, princesa…No te he comprado ningún regalo, este año. Espero que no estés enfadada.
- ¿Tengo pinta de estar enfadada, cariño?-contestó Ana, en tono pícaro, mientras masturbaba sutilmente a su marido por encima del pantalón.
- No, la verdad es que no. De todas maneras, tu cumpleaños no se ha acabado todavía, no? Ahora lo seguiremos celebrando de otra manera- y Juan sonrió con unos ojos teñidos de misterio y empañados por el placer que la boca de Ana había empezado a proporcionarle.
Ana estaba demasiado ocupada, como para poder apreciar que las palabras de Juan, llevaban más significado del que parecía…
Llegaron a casa enseguida. Por suerte no vivían lejos y podrían continuar más cómodamente lo que habían empezado. Entraron y, sin dejar de besarse y acariciarse, alcanzaron el dormitorio. Aun con la inmensa erección que Juan mantenía desde hacía rato, miró a Ana y muy lentamente, como si de una ceremonia se tratara, empezó a desvestirla, recreándose con la mirada en cada parte de su cuerpo. El hecho de que él pareciera maravillarse cada vez que la veía desnuda, como si fuera la primera vez, hacía que Ana se sintiera tan poderosa y deseable que sólo podía pensar en dar y recibir placer.
Ya desnuda, Ana se estiró sobre la cama y con la mirada fija en los ojos de su marido empezó a acariciarse ella misma, mientras contemplaba como su marido se desvestía y mostraba en su desnudez, lo que Ana anhelaba con toda su alma.
Juan se sentó a su lado, la besó, la acarició sabiamente entre los muslos mientras que con la otra mano sacaba, del cajón de la mesita, un antifaz negro con pequeños brillantes. Ana nunca lo había visto y bromeó con que, al final, sí que le había comprado algo.
Juan sonrió y lo puso sobre los ojos de Ana.
- Relájate y no pienses. Sólo disfruta…
- Mmmm… De acuerdo, cariño. Soy toda tuya…
Estaba ya completamente encendida. El no poder saber donde su marido se disponía a tocarla o besarla era tan excitante que no entendía como no se le había ocurrido nunca, a ella misma, realizar ese tipo de juego.
La besaba indistintamente por todas partes. Así lamía sus pezones como mordisqueaba su vientre o pasaba fugazmente su lengua por el sexo de Ana. Acercaba su boca a la de ella y ésta, al sentir su aliento, intentaba besarlo pero Juan, retirándose, no se lo permitía. La estaba volviendo loca de deseo. Quería tocarlo pero él le había cogido las manos, le había echado los brazos hacia atrás y le había instado, en silencio, a que se aferrara a los barrotes de la cama. Cada vez que retiraba una mano para tocarle, Juan la volvía a colocar en el cabezal de hierro.
Ana notó como él se levantaba, escuchó el chasquido de un mechero y en seguida percibió el aroma de las velas perfumadas de la habitación. Era increíble como, al prescindir de un sentido, los otros se agudizaban. Empezó a sonar música. Suave, sugerente, con el ritmo adecuado para marcar el “tempo” de sus caricias…
- ¿Confías en mí, Ana? –le susurró al oído mientras acariciaba su vientre.
- Claro, cariño! Puedes hacer conmigo lo que quieras.. pero hazlo ya, por favor, estoy a mil…
- Quiero darte todo lo que deseas. Te prometí un día especial. Confía en mí y hoy lo será…
Aquel tono misterioso que Juan había adquirido, la estaba seduciendo de un modo insólito…
Juan volvió a levantarse y Ana oyó como se abría la puerta. Al final, parecía que Juan sí le había comprado un regalo y ahora, finalmente, iba a entregárselo. Increíblemente rápido notó el calor de su cuerpo acostado, de nuevo, a su lado.
- Y ahora…???- preguntó Ana, con una mezcla de inquietud y excitación. El nerviosismo la mantenía aferrada a los barrotes como si estuviera literalmente atada.
Un dedo comenzó a deslizarse por su muslo. Ana sonrió. Su marido por fin la besó y sus manos se entrelazaron entre los barrotes.
Sin embargo, aquel dedo seguía abriéndose camino por la cara interior de su muslo y Juan tenía las dos manos sobre las suyas. Sintió el calor de un cuerpo sentándose suavemente a su lado, en el extremo contrario de donde estaba Juan.
Ana se sobresaltó y quiso soltarse del cabezal pero las manos de su marido no se lo permitían.
- Sssst… No temas, cariño- susurró Juan en su oído- Todo está bien. Hacer realidad tu fantasía será tu regalo. Déjate llevar y disfruta…
Las manos de Juan se aflojaron y las suyas quedaron libres para soltarse pero Ana, durante unos instantes, quedó paralizada. Luego bajó sus brazos e incorporándose un poco, cogió aquel dedo insolente descubriendo una mano masculina. Fue subiendo sus manos por el brazo de aquel hombre para ir comprobando, lentamente, a través del tacto, un cuerpo hermoso y bien dotado.
La parte más moral de su mente le ordenaba quitarse el antifaz y levantarse. En aquel instante de duda, su marido la abrazó por detrás besándole amorosamente en el cuello.
- Te quiero, Ana. No temas… Yo quiero hacerla realidad. Nada va a cambiar. Sé que me quieres solo a mí...
Aquella muestra de amor tan grande que Juan le estaba dando, disipó las dudas de Ana y se giró para fundirse con él en un beso apasionado que sellaba su amor por encima de todo lo que pudiera pasar.
El otro hombre, tras esperar educada y galantemente en silencio, el acuerdo íntimo de la pareja, empezó a acariciar nuevamente a Ana, por el cuello. Ana, ya segura de lo que quería, le condujo la mano a uno de sus pechos y se acercó para besarle invitándole así, ella también, a participar en aquel encuentro íntimo de placer.
Decidió no quitarse el antifaz. Desconocer el rostro de quien la estaba acariciando, le provocaba una gran excitación y si, su marido, lo había elegido para algo tan especial, no tenía duda de qué sería la persona adecuada.
Se recostó nuevamente en la cama invitando a los dos hombres a que hicieran lo mismo a ambos lados de ella e, alternando sus besos entre una boca y la otra, iba sintiendo como varias manos recorrían cada rincón de su cuerpo.
Una de ellas se introdujo entre sus muslos y, sin tener consciencia de a quien pertenecía, abrió sus piernas para abrirle el camino hacia su sexo, hambriento de caricias. Mientras esos dedos empezaron lentamente a acariciar sus labios vaginales, abriéndose paso hasta su clítoris, una boca jugaba con sus pechos, mordisqueándole suavemente los pezones. Ana volvió a asirse, ahora voluntariamente, a los barrotes de la cama, abandonando su cuerpo al goce que le quisieran ofrecer. Parecía que la boca y la mano, aún sin ser de la misma persona, se movían al son de una única canción pues mientras una dosificaba su energía de una manera sutil, la otra le regalaba una caricia más intensa. Su clítoris, henchido de placer, sucumbía al placer del masaje que estaba recibiendo y su vagina, bañada en sus propios jugos, se estremecía al ser penetrada ocasionalmente por la misma mano.
Ana extendió un brazo hasta alcanzar el miembro de Juan y empezó a acariciarle rítmicamente, manteniendo el compás de la mano que bailaba entre sus piernas. Juan se incorporó y ofreció a Ana seguir sus caricias con los labios. Ella no dudó ni un momento y mientras daba a su marido lo que éste le pedía, cambió de mano para brindar al invitado el mismo placer con que él la estaba obsequiando.
En sus fantasías, ella se lo había imaginado así. Poderosa dueña y esclava a la vez, de dos hombres excitados al máximo, que dejaban su virilidad a su merced.
Los suaves gemidos de los tres rompían el silencio de la estancia y el aroma de deseo y placer se mezclaba con el perfume de las velas que iluminaban la habitación.
Juan cambió de posición, se situó de rodillas entre las piernas de Ana, y alzándoselas con las manos, empezó a penetrarla suavemente. Ana se incorporó sobre un brazo y su boca, que había quedado libre, sustituyó a su propia mano en las caricias al huésped.
Las idas y venidas de Juan eran pausadas. Recorrían sin prisa el interior de Ana, tanto para entrar como para salir y luego volver a entrar.. La fricción entre los dos cuerpos era tan intensa que Ana sentía en sus entrañas cada milímetro del miembro de su marido. Su lengua se esforzaba en proporcionar el mismo placer al otro hombre.
Cuando Juan empezó a acelerar el ritmo de sus embestidas y ya no había retorno, Ana sintió como se derretía su cuerpo, alcanzando un orgasmo que la llevaba al climax. La boca de Ana multiplicó las caricias, envueltas en sus propios gemidos y sólo se detuvo al cerciorarse de que el invitado había cruzado las puertas del éxtasis.
Juan llegaba a la recta final de su carrera y, en unos instantes, los acompañó, inundando con su placer las entrañas de su mujer.
Jadeantes, los tres se tumbaron de nuevo con Ana en medio. La mujer, por fín, se desprendió del antifaz y miró al desconocido. Nunca lo había visto. Era sumamente atractivo y sus ojos eran afectuosos y simpáticos. Su rostro dibujó una sincera sonrisa:
- Me llamo Sebas. Feliz cumpleaños, Ana..
- Gracias, Sebas.. Encantada de conocerte..
Ana se giró hacia su marido, le dirigió una mirada de aprobación, gratitud y amor. Le besó tiernamente y se incorporó, ante la atenta mirada de los dos hombres, dirigiéndose al cuarto de baño.
- Podríais ir preparando algo de beber mientras me aseo un poco. Vuelvo enseguida –dijo con una picara sonrisa.
La velada prometía ser larga. A su regalo de cumpleaños, Ana no había más que empezado a estirar del lazo para desenvolverlo…