lunes, 14 de febrero de 2011

LA PRINCESA DEL METRO


            Hace tres días que no le veo. Quizás esté enfermo o quizás haya cambiado de ruta o de horario y ya no cogerá más este metro..
            Me siento un poco decepcionada, posiblemente no nos veamos más y nunca nos dijimos nada…
            Ya me lo dice siempre mi amiga Maite que, en la vida, hay que vivir el instante… ¿Por qué yo nunca lo hago?
            Llega el metro, camino por el andén y espero mi turno para entrar por la puerta que se abre más cercana a mí… Permanezco cabizbaja y sumida en mis pensamientos.. Ahora que ya no está el aliciente que me hacía saltar cada mañana de la cama, el gentío de gente que entra en el vagón, se me hace insoportable… Me pregunto que es peor, si el tráfico que bloquea la ciudad al empezar el día o soportar estar completamente aprisionado en un vagón de metro, entre desconocidos que olvidaron asearse antes de salir de sus casas.
            El traqueteo del tren me mece como una madre mece a su bebé en la cuna y me sumerjo en mis fantasías, ésas que mil veces he imaginado cumplir con mi compañero de viajes,  aquel desconocido, la única presencia que  yo deseo cercana sentir en mis trayectos.
            Hace ya varias semanas que empezamos a coincidir en nuestros viajes. Prácticamente cada día estamos en el andén a la misma hora exacta. Yo hago sola mi trayecto pero él siempre  va acompañado de una mujer. No sé si son pareja. Charlan animadamente pero nunca he visto un gesto de cariño entre ellos. Yo le miro disimuladamente pero él no. El me mira fijamente, sosteniéndome la mirada, sus pupilas me sonríen y me dicen cosas… cosas que consiguen encender mis mejillas y bañar mi ropa interior…
            Se apean dos estaciones antes que yo y él, antes de bajar siempre me mira. Su boca no se abre, no habla, pero sus ojos sí. Me dicen: “Me voy, princesa. Hasta mañana..”
            Oh! El metro ha frenado bruscamente y pierdo el equilibrio. Estoy  a punto de caer pero alguien me lo impide. Un brazo ha rodeado mi cintura y me ha cogido con fuerza. Me he tambaleado y un mechón de cabello me ha cubierto la cara.
            Una mano, que no es la mía, atusa mi cabello y despeja mi cara permitiéndome ver el rostro que  apenas se separa cinco centímetros del mío…
            Te tengo delante. Estoy tan fascinada que no puedo reaccionar. Nunca había estado tan cerca de ti. Siento el aroma de tu perfume, tan masculino como el contorno de tus labios que admiro mientras me dices que esté tranquila, que tú me sujetas… Después me pierdo en tus ojos, verde oliva, o son más claros?  No lo sé, no me ha dado tiempo a asegurarme. Has bajado la mirada y los sorprendo  recreándose en mi escote, indagando en el nacimiento de mis pechos de los que sólo puedes ver el canal que los separa y por donde una gota de sudor (¿de calor? ¿de excitación? No lo sé..) está a punto de emprender el camino hacia mi ropa interior…
            Vuelves a mirarme y tu mirada pide permiso. No sé a qué, pero no me importa. Te lo doy con mi silencio. Enseguida tu mano empuña su dedo índice el cual, suavemente empieza a deslizarse por mi escote, su roce es tan ligero que prácticamente es intangible, tan lento que parece no tener casi movimiento… Lo veo, lo siento perderse en el encuentro de mis pechos. Mis pezones erectos confiesan su deseo de encontrarse en el recorrido de ese dedo pero no… éste, tras recoger la gota que había sondeado el mismo camino, inicia de nuevo su ascenso,, seguro pero sin prisas: Llega hasta mi clavícula, recorre mi cuello, dibuja mi mandíbula y se acerca a la comisura de mis labios para darme de beber… No intenta entrar en mi boca sino que la yema descansa  apoyada en el lateral de ésta apenas entreabierta y soy yo misma la que, despacio, despacio, giro mi cabeza permitiendo que mis labios se deslicen por su dedo.
            Ha sido un contacto tan fugaz, tan leve que nadie de nuestro alrededor se ha percatado de lo que, en realidad, está sucediendo. Porque entre toda esta muchedumbre, dos mentes están haciendo el amor, fundiéndose en el placer, derritiéndose en el deseo…
            Los frenos del metropolitano chirrían al accionarse y detenerse en la nueva parada. Es la tuya. Tienes que bajar.. Nuestros cuerpos están prácticamente pegados. Mis pechos, al compás de mi respiración entrecortada, avanzan hasta prácticamente tocar tu pecho para luego retroceder…
            Acercas los labios a mi mejilla, tan abajo que tu beso lo recibo en la comisura y muerdes ligeramente, como si fuera por casualidad, mi labio inferior. Tu mano se ha deslizado sigilosamente desde el lateral de mi muslo hasta mi cadera, y cuando me sueltas siento la seda de mi falda que resbala por mi pierna volviendo a su sitio..
            Das media vuelta y te dispones a bajar del vagón. Al cruzar el umbral de la puerta, me miras y emprendes tu camino… Oigo el silbato que avisa que el tren reanuda su camino y justo en el momento en que las puertas se disponen a cerrarse, me escurro ágilmente entre ellas como si un resorte mágico se hubiera disparado en mi interior..
            No sé qué estoy haciendo ni voy a preguntármelo. Sólo te sigo, sin saber si tú eres consciente de que estoy a unos cuantos metros de ti. Vas rápido, parece que tienes prisa y que no te has dado cuenta de que he bajado del vagón. Te veo entrar en la cafetería de la misma estación de metro y dudo qué hacer… ¿Entro? ¿Te hablo? ¿Te digo que te deseo, que sueño con sentir tu cuerpo? Que mis ropa interior  está empapadas y que necesito sentir tu mano dentro de ella?
            Buscando una respuesta, me sorprendes desde dentro del bar y me sonríes… Me haces un ademán para que entre pero… no lo voy a hacer. No quiero tomar un café contigo, al menos ahora no es lo que quiero de ti. Hoy estoy dispuesta a cumplir mi fantasía, sin titubeos ni tabúes. Me siento ansiosa de ti y no voy a reprimirme. Te sonrío mientras me giro, camino dos pasos y me giro a sonreírte de nuevo. Esta vez me seguirás tú…
            Retrocedo el camino ya recorrido pues, antes, he observado que había unos servicios públicos. Me voy cruzando con algunas personas aunque no muchas, la hora punta ya pasó por lo que los pasillos empiezan a ser transitables. Oigo mis tacones, mucho más sonoros que tus pisadas pero, sin girarme, sé que estás ahí, siguiendo mis pasos. Entro al baño de señoras y me introduzco en uno de los compartimentos… La única mujer que hay, se acaba de lavar las manos y ya ha salido. Mi corazón enloquecido parece luchar por abrir mi blusa y mis oídos escuchan unos pasos masculinos que van deteniéndose delante de cada puerta.
            No sé si has visto mis zapatos, o escuchado mi respiración o quizás hayas percibido el olor a hembra en celo que desprendo pero abres mi puerta y ésta se vuelve a cerrar tras tu ancha espalda…
            Me aprisionas entre la pared y tu cuerpo. Tu mano sujeta mi mandíbula mientras tu lengua se abre paso entre mis labios. Tu lengua, húmeda y caliente, explora mi boca sin descanso. Tus besos son puro sexo y mi entrepierna hierve pidiendo auxilio. Tu otra mano se cuela entre mi falda y levanto mi pierna apoyando el pie en el retrete para hacerte la tarea más fácil. Tus dedos expertos frotan mi vulva por encima de mis  braguitas empapadas, hacen pequeños círculos sobre mi clítoris, suben y bajan por la entrada de mi vagina y, sin poder controlarlo, alcanzo mi primer orgasmo…
            Silencias mis gemidos, tapándome la boca con la mano mientras tus dedos me penetran acompañándome hasta el final de mi clímax… Qué placer tan inmenso me das... mi fantasía se está haciendo realidad y ésta no la desmerece en absoluto..
            Cuando mis jadeos han dejado de ser un peligro para nuestra intimidad, retiras tu mano y me sonríes a la vez que me haces girar y te siento detrás mío. Me vuelves a tener a tu disposición pero esta vez de espaldas y mientras tu aliento calienta mi cuello, tu mano se introduce por debajo de mi blusa, se desliza por debajo de mi sujetador y masajea mis pechos con pasión, dedicándole juegos a mis pezones erectos..
            Escucho el deslizar de una cremallera y me vuelvo a humedecer sabiendo lo que me espera. Me subes la falda que queda apoyada en mi espalda arqueada y separo mis piernas para facilitarte el camino. Abandonas mis pechos tan solo un instante para apartar a un lado mi diminuto tanga y dejar libre la entrada a mi sexo. Y te siento... siento como jugueteas con la punta de tu miembro, acariciando mi vulva pero sin entrar. Me haces sufrir, es tan placentero que volvería al orgasmo asimismo pero no puedo esperar. Me muero por sentirte dentro, necesito que me hagas tuya ahora mismo, sin más...
            Debes haber escuchado mis súplicas silenciosas o quizás ha sido el movimiento de mis caderas llamándote porque comienzas a entrar, tan, tan lento que siento cada milímetro de tu pene, el calor de tu carne increíblemente dura que va abriéndose paso por mi interior. Nuestros cuerpos inician un baile en el que llevan el mismo compás. Un primer ritmo pausado y lento me envuelve en un aura de placer. No pienso, no puedo pensar. Sólo sentir el placer más grande que he sentido nunca y recrearme en él, deseando no acabe nunca. Poco a poco, tus jadeos van creciendo, tu brazo rodea mi vientre para llegar hasta mi clítoris, te estrechas todavía más contra mí y aquel ritmo de blues tan profundo, tan intenso, eriza nuestros cuerpos hasta llevarlos a la máxima sensibilidad.
            No puedo, no puedo más, no puedo esperarte y de nuevo sucumbo al éxtasis que hace temblar el interior de mi sexo derramando el fruto de mi  placer y bañándote con él. Mi calor te ha rodeado y  tú tampoco tienes vuelta atrás y ahora ya, como un paciente caballero, te dejas ir y en cada una de tus embestidas, depositas en mí tu esencia. Permaneces quieto, dentro de mí, intentado recuperar la respiración y, mientras descansas, marco yo los últimos compases para que me regales hasta la última gota...
            Sales de mí, me giró y nos fundimos en un tierno beso lleno de complicidad.
-        Creo que ambos llegaremos tarde al trabajo, hoy -digo, con una sonrisa.
-        Es cierto... Deberíamos irnos – contestas.

            Y entre sonrisas y besos, nos aseamos uno al otro como podemos y nos apresuramos a salir con disimulo.

            Debemos separarnos. Yo volver al andén y coger nuevamente el metro y tú, en dirección hacia la salida.

            Nos damos un último beso y antes de marchar, dices:

-        Me voy, princesa. Hasta mañana...   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para dejar un comentario sin registrarte, elige la opción "Anónimo"