lunes, 28 de noviembre de 2022

jueves, 16 de abril de 2020

UN BAÑO TURCO COMPARTIDO

Las ocho chicas se han puesto de acuerdo en las condiciones y requisitos. Los matices de esta puesta en escena los han negociado entre todos los participantes estando conformes por unanimidad en los objetivos, motivaciones y en el desarrollo general de los acontecimientos. Será un hermoso trabajo en equipo.

Disponen de un baño turco grande, con bañera-piscinita de aguas calientes y mucho vaho aromático alrededor, sin jacuzzi para no enturbiar el silencio, sólo leves chorros goteando de las fuentes. Es un lugar amplio y limpio, con distintos espacios para el esparcimiento, tumbonas, cojines, hamacas, mecedoras y alguna cama con dosel. Un lugar decorado con elegancia andalusí, agua fresca y porcelana fina, esencia de azahar y hierbabuena, luz intensa de sol entrando apenas por rendijas que iluminan tenuemente este haman reservado.




Dedican tiempo a relajarse, a ir desprendiéndose de cotidianeidades para ir entrando en un estado mental propicio para el amor carnal. Gozan con calma taoísta respirando el aroma del Edén, del Edén momentos antes de ser mordida la manzana. Van a paladear las mieles de la vida: recostadas, se preparan sin excesiva pasión, lánguidamente mesando sus cabellos, o acariciándose los pies, abotargándose en la lujuriosa pereza sintiendo como la energía del placer fluye por su epidermis.

Ellos son diez, un número ligeramente superior al suyo. Son sus parejas y algún añadido que se les ha antojado invitar. Escondidos tras las cortinas de seda y los biombos de paja. Pueden verlas y escucharlas, pero permanecen cómodamente sentados, espiándolas mientras disfrutan de su licor o refresco. Apenas se les ve, pero si los miran los ubican bien, están fresquitos y recién afeitados, con camisas blancas de seda o de lino que van desabrochando mostrando el pecho. Visten pantalones cómodos, flojitos y sin ropa interior, por supuesto, descalzos con sus pedicuras recién hechas. Son mirones de nivel, divertidos y entusiasmados. No hablan entre ellos pero tienen la complicidad suficiente, y la madurez, como para compartir espectáculo.




Ellas se sienten naturales, desinhibidas y contentas. Les gustar ser las protagonistas de ese tumulto de pieles desnudas de diferentes tonalidades y texturas, un conjunto curvilíneo absolutamente erotizante de formas femeninas entre el vapor. Son conscientes de que juntas, su poder de seducción se multiplica, de que el enjambre de sus cuerpos cruzados es un regalo para su vista. Ellos las miran apasionados, inspirados y muy cachondos. Las observan y esta imagen les perseguirá y reconfortará toda su vida, es posible que éste sea el momento sexual cumbre de la existencia de alguno de ellos. Las mujeres lo saben y lucen, orgullosas, su poder femenino, sus cuerpos plenos, su sexualidad libre. Son hembras lúbricas: una luce sus pechos llenos, otra su cintura fina, aquella el ombligo árabe, ella su cadera redonda y la otra su hermosa melena negra. Una de ellas está entonando suavemente una bella canción portuguesa.




En su harén no hay ni celos, ni envidia, ni miradas críticas, son concubinas voluntarias de cuerpos y bellezas dispares. Son mujeres reales, bonitas, sabrosas, un equipo de damas compinchadas empeñadas en ofrecer su cuerpo al gozo para, poco a poco, conseguir ese estado que lleva a la entrega total. 

Galantemente, ellos muestran su excitación con el músculo turgente asomándolo por la abertura del pantalón desabrochado. Acarician el tótem arriba abajo con la presión justa de la mano para mantener la erección, pero sin tener la mala educación de emocionarse en exceso y verter su savia al aire; saben esperar, alargar el placer. Es muy sensual como evitan mostrar en demasía el entusiasmo en sus rostros pero con la mirada sí. Con los ojos encendidos, brillantes, echando chispas de complacencia.

Ellas, las ninfas, abren botellas de champán y las vierten sobre sus cuerpos desnudos, bebiendo lentamente de aquí y de allá, se acarician con las manos unas a otras, rozan sus senos, se frotan con la punta de los dedos o se rascan suavemente con las uñas. Se soplan en los pezones, erotizan su propio cuerpo abriendo las piernas sin pudor, mostrando el secreto de su placer, luciendo altivas, casi orgullosas, su vulva salada, su clítoris enhiesto. Comparten bombones y fresas en lucha de dientes, prueban el sabor de distintas lenguas y se preparan, sin prisas, para el amor.



Ellos, sátiros erectos tras las cortinas, controlando el natural impulso  masculino de ensartar a las hembras, esperan la señal. Tanto ellos como ellas, se adentran poco a poco en los jugos de la lascivia y sólo cuando la temperatura corporal esté tan elevada, sólo cuando los vientres se retuerzan ansiosos y ya se les vuelva indispensable la actuación masculina, les invitarán a pasar para darles consuelo y sosiego...

(Fantasía extraída de un texto de Susana Moo)

viernes, 29 de abril de 2011

Sé que no debo...


(Canción recomendada para escuchar mientras lees este relato: “Si tú te atreves” de Luis Miguel. Búscalo en el reproductor de música del blog y deja que te acompañe mientras te sumerges entre estas líneas)

Lo sé. No hace falta que nadie me lo diga. Sé que no debo. Sé que no debo sentir lo que siento ni hacer lo que hago. Pero… ¿cómo se hace? ¿Lo sabes tú? ¿Sabes tú decirme como se hace para borrar de un plumazo el deseo o la pasión?
Porque yo no lo sé y te juro que lo intento. Pero es más fuerte que yo. No puedo controlar que mi corazón dé un vuelco cada vez que lo veo. Y que mi vientre se estremezca cuando me acaricia con su mirada.
Porque no es mío y además, yo soy de otro, así que no está bien. Busco justificarme porque, según las normas, hago mal y me siento culpable pero ¿de qué tengo la culpa? ¿de sentirme viva? ¿de tener una sonrisa permanente y volar? ¿de que mi piel vibre?
Joder!! Pues no quiero dejar de sentirme así!! Tírame tú la primera piedra si te crees en derecho o mejor que yo, pero no vas a privarme de mi felicidad y de que mi corazón vuelva a latir como cuando tenía 15 años.
Porque, desde que está él...

Desde que estás tú, mis despertares tienen otro color...
Salto de la cama emocionada porque, en un rato, te voy a ver. Canturreo, atiendo mis obligaciones de madre, esposa y ama de casa y luego me dispongo a arreglarme, pensando en ti. Y es ahora, a solas en mi dormitorio y contigo en el pensamiento, que se me escapa una sonrisa…
Cojo mi móvil y releo por milésima vez el único mensaje que me he permitido guardar de todos los que me envías a diario: AADAA. Incomprensible para cualquiera y es por eso que no lo he borrado. Pero para nosotros dice un todo: Alejandro ama, desea, añora Alondra...
Mi reflejo en el espejo hace que contemple mi cuerpo. Lo siento tan vivo... Un cuerpo ansioso de tus manos, de tus besos y me siento sensual como hace mucho que no me sentía. Porque sé que me deseas, que te mueres por recorrer cada una de mis curvas. Porque me lo dices cada día y lo leo en tus ojos cuando paso a tu lado.
La crema corporal hace las veces de tus dedos y me inunda de suavidad. Mis manos conocen cada hueco de mi cuerpo e, imaginando las tuyas enlazadas a las mías, te guío para que no quedes sin descubrir ni un milímetro de mi piel. Me aplico la loción con ternura, así como tú lo harías y me recreo en mi estómago, en mi vientre. Masajeo mis pechos y sin pensar, los presiono con pasión pensando que eres tú quien los toca.
Noto como un calor invade mi cuerpo y la excitación humedece mi sexo.
Desearía seguir con tu presencia entre mis yemas pero debo apresurarme o llegaré tarde al trabajo. Y no puedo hacer eso pues sé que estás esperando mi llegada tanto como yo llegar.
De camino al colegio, mi hijo recita el poema que están aprendiendo en el cole. Con sólo 5 años, ¿cómo puede recordar una rima tan larga? Lo observo por el retrovisor y mi corazón se llena de amor. No quiero hacer nada que le pueda lastimar, no quiero romper su seguridad y su rutina. Su felicidad es lo más importante para mí.  Y la estoy fastidiando. Estoy arriesgando el núcleo donde él se siente seguro y protegido...
Tras dejarlo en la escuela, continúo mi trayecto hacia el trabajo. Debo acabar con ésto, con lo nuestro, porque juego con fuego y ya se sabe que el que juega con fuego se quema. Así que dejaré de responder a tus sonrisas y a tus miradas disimuladas cuando estamos rodeados de gente. Renunciaremos a encontrarnos en las esquinas y pasillos solitarios para prodigarnos palabras veladas de amor y deseo. Caricias y primeros tímidos besos de adolescentes.
Aún estamos a tiempo. No hemos sobrepasado la línea. Al menos, en un aspecto físico pues todavía no ha habido sexo entre nosotros. Imaginado y deseado millones de veces pero nunca consumado. Así que ninguno de nosotros ha traicionado a nadie todavía!!

 Porque... ¿cuenta como infidelidad cuando es sólo de pensamiento? ¿Y si es de corazón? ¿Eso también cuenta?  Dime que no, porque así creeré que no estoy haciendo nada malo.
Y si el pensamiento cuenta, entonces soy culpable mil veces porque lo que imagino con él, no puede ser superado por la realidad.
Sí, sí.. Lo sé! Soy adulta y debería comportarme como tal, no? Como una mujer madura, razonable y que sabe donde está su sitio...

E inmersa en mis pensamientos, llego y aparco inconscientemente. Entro en la fábrica creyendo en mis propias palabras y decidida a cumplirlas. Me dirijo al vestuario para ponerme la bata de trabajo y, como una autómata vacía de emociones, memorizo en mi cabeza lo que debo y voy a decirte. Seguro que será más fácil si lo suelto de un tirón sin permitir que me interrumpas.
Señor.. ¿dónde ha estado mi cabeza en los últimos minutos? Debo llegar tarde pues observo que ya no hay colgada ni una de las batas de mis compañeras así que soy la última en cambiarse.
Súbitamente se apaga la luz quedándome a oscuras. Me acerco a tientas hasta el interruptor y...
Siento tu perfume y ya, sólo éste, me embriaga y enturbia mis pensamientos.
Tus dedos se enredan con los míos impidiéndome que lo pulse y me atraes hacia ti.
-         Sssssssssst... - El dorso de tu mano recorre mi mejilla y tu susurro calienta mis sienes – ¿Cómo puedo echarte tanto de menos? No consigo pensar en otra cosa que no seas tú...
-         Debo hablarte, Alejandro. No podemos seguir así.
Hablo y mi aliento choca contra tus labios que están a milímetros de los míos.
-         No. No podemos... - respondes.
Y tu lengua entra mi boca y su humedad disipa el discurso que mi mente tenía preparado. Ya no existe porque ya no recuerdo ni una sola de las palabras que incluía. Y la voluntad del corazón vence a la del pensamiento. Porque ya no quiero ni puedo pensar. Sólo siento...
Siento como tu pasión se funde con la mía y nuestras lenguas se enlazan y convierten en una sola.
Siento como tus brazos me estrechan con fuerza y mis pechos se clavan en tu torso.
Siento como tus manos se deslizan por debajo de mi bata y de mi falda y acarician el encaje de mi culotte.
Ya no soy Alondra, la esposa o Alondra, la madre. Sólo soy Alondra...
Entre besos húmedos y nuestra sed de deseo, hemos llegado a uno de los cubículos del vestuario, buscando cobijo a nuestro secreto. Tan solo el silencio y la oscuridad nos acompañan.
Tus ansias han abierto mi blusa sin respetar sus botones y devoras mis pechos con la pasión de un devoto peregrino que llega a su destino.
Y yo no soy menos porque mi ser más profundo ha quedado libre. Acaricio tu pecho, tus hombros, tus brazos, hundo mis dedos entre tus cabellos y aprieto tu rostro contra mis senos para que no dejes nada sin recorrer. Mis pezones arden y están tan ansiosos de tus besos que hasta duelen.
No puedes darte cuenta pues está oscuro pero tienes delante, entre tus brazos a la parte de mí que aún no conocías. Soy la mujer que ya no recordaba ser. Soy puro sexo y deseo. Puro placer y éxtasis. 
Tras tantos años de uso, sé muy bien que en la esquina del pequeño vestidor hay una silla y hasta ella te llevo. Desearía encender la luz y disfrutar de este momento mirándote a los ojos pero no es posible y ni siquiera tenemos mucho tiempo. Aún así, este instante es irrepetible y ya no tiene marcha atrás. No se puede detener a un toro embravecido o un tren sin frenos. Y eso es lo que somos nosotros ahora.
Te hago sentar y tus brazos no tardan en rodearme por las caderas. Las caricias que regalas a mis glúteos suben la falda hasta mi cintura y el satén de mis braguitas roza tu nariz.
Por un instante permaneces inmóvil, inhalando mi excitación. Un pequeño gemido escapa de tu boca y calienta mi pubis. Una punzada de deseo se clava en mi sexo y siento como me humedezco...
Mis piernas tiemblan mientras tus manos deslizan lentamente mi ropa interior por mis piernas y, cuando llegan a mis rodillas, me siento flaquear.
Necesito sentirte mío y que me sientas tuya. Necesito que entres en mí y acogerte con toda mi pasión y calidez.
Uno de mis tobillos se libera del culotte, que se queda arropando un tacón. Me inclino y, mientras te regalo mis besos más tiernos, más verdaderos, desabrocho con tu ayuda, tu pantalón.
Tu virilidad queda libre y, agudizado por la oscuridad, mi tacto se recrea. Acaricio tu miembro tan duro, tan suave, siento en mis dedos cada una de sus venas. Casi puedo verlo, tal como lo siento crecer en mis manos.
Ansío tenerte dentro pero también necesito deleitar su sabor así que, me arrodillo para regalarte otros besos más íntimos. Mi lengua te acaricia y mi boca te acoge como antesala a lo que nos espera. Te saboreo como tantas y tantas veces he imaginado. El ligero sabor salado de tu piel me sabe a gloria y la tersura de tu glande es seda para mis labios. Hundes los dedos entre mis cabellos y siento como tu amor acaricia mi nuca.
Deseo regalarte todo mi ser, deseo fundirme contigo y demostrarte con hechos lo que no se puede demostrar con palabras. Esa mezcla de amor, pasión, necesidad, obsesión..
Deseo que ese cóctel de sentimientos hoy se transformen en un placer físico tan grande como el que sentimos, en nuestro interior, hace tiempo.
Podría estar durante horas, perdida entre tus piernas, como si tu miembro fuera mi único alimento. Lamiendo lentamente toda tu poderosa longitud, humedeciendo sin fin tu carne, introduciendo tu hombría hasta mi garganta, succionando tu deseo hasta la última gota pero no tenemos tiempo y te necesito...
Necesito sentarme sobre ti y que me llenes. Que llenes hasta el último rincón de mi sexo y que cada milímetro de mi carne más íntima sienta las caricias de tu fuerza. Así que me incorporo, abro mis piernas y contigo entre ellas, desciendo lentamente. Tus manos sujetan mi cabeza y tu boca  envuelve de besos desesperados todo mi rostro. Nuestros besos llevan todo el deseo reprimido durante tanto tiempo y yo creo llegar ya al éxtasis cuando guiado por mi mano, tu pene roza mi clítoris y se abre paso para llegar a su meta.
Mi sexo te acoge lentamente para que entres hasta lo más recóndito. Siento cada poro de tu piel en mis entrañas,   la vigorosidad de tu miembro se baña en mi intimidad. Estás por completo dentro de mí y me clítoris se frota contra tu pubis. Podría pararse el tiempo, detenerse el mundo y nosotros no seríamos conscientes porque, en este preciso instante, no estamos en él.
Sólo existen los sentidos de dos cuerpos que se sumergen en un ritmo acompasado. Un baile que asimila un ritual de aparejamiento entre dos seres desesperados y entregados a su naturaleza.
Las lágrimas florecen en mis ojos que se humedecen al igual que mi entrepierna y tus labios, en la oscuridad, se alternan entre mis párpados y mi boca. Buscan secar mis lágrimas. Intentan ahogar mis gemidos mientras silencian los tuyos.
Inconsciencia en mi mente. Placer infinito...  Sino me sujetaran tus brazos, dudo pudiera continuar erguida porque mi cuerpo se desvanece en su propio éxtasis y en el tuyo que siento como  llena mis entrañas...
Continuamos abrazados, aferrados uno al otro. Sintiendo como nuestros corazones chocan su palpitar mientras se esfuerzan en bombear tanta sangre inyectada en pasión y recuperar su ritmo. Las bocas entreabiertas todavía jadean intentando coger aire para relajar nuestra respiración entrecortada.
-         Te quiero...
-         Te quiero...
Lentamente, me incorporo y, entre silencios, entre besos y abrazos, sumergidos todavía en la oscuridad, vamos regresando a la realidad, al mundo real que por un breve momento habíamos abandonado.
Un último beso antes de salir, cargado de sentimientos y de palabras que no necesitan ser pronunciadas. No es momento de hablar.
Hace rato que debería estar en mi puesto de trabajo así que salgo yo primero. Alegaré un imprevisto familiar para justificar mi retraso.  Tú esperarás un rato prudencial y saldrás por la otra puerta.
Tras arreglarme el cabello y la ropa, ya con la luz encendida y fuera del cubículo donde tú todavía permaneces, salgo al pasillo que me lleva a la sala de las cosedoras.
Me asombro de mí misma al escuchar mi convincente tono explicándole a la encargada de mi  sección, el contratiempo que he sufrido. Jamás pensé tener una capacidad de improvisación tan grande. Me dice que no me preocupe, que total, es la primera vez que llego tarde y que lo importante es que haya solucionado mis problemas. Lo restará de mis horas de asuntos personales y ya está.
Me siento delante de mi máquina de coser. Al ponerla en funcionamiento y comenzar a trabajar, me doy cuenta de que me falla el pulso y no atino a colocar la hebra de hilo en su sitio. Pongo todo mi esfuerzo en conseguir que la tela no tiemble entre mis manos y no desviar las costuras.
Atraviesas la sala, de camino a la oficina técnica y al pasar a mi lado sin detenerte, pronuncias un inocente “Buenos días, Alondra”. Yo respondo con un saludo distraído, sin apenas levantar la mirada de mi mesa. Sé que luego me llamarás. Ahora ni es prudente saludarnos de una manera que indique más confianza ni tampoco soy capaz de aguantarte la mirada.
Todavía siento tu calor en mi piel, tu esencia en mis entrañas. Todavía estás en mí y me siento como un volcán en erupción, luchando por contenerme escondida tras mi máquina. No veo la tela, no oigo la música de la sala ni las conversaciones de las compañeras. Sólo consigo revivir en mi interior lo que apenas acabamos de vivir, de sentir...

¿Y sabes una cosa? No soy capaz de sentirme culpable. Al menos todavía... Porque de momento, sólo siento lo que al principio te expliqué: felicidad y vida. Y todavía más vida que antes. Porque mi corazón y mi cuerpo ahora vibran todavía con más fuerza porque han vivido algo maravilloso. Quizás muy reprochable e imperdonable pero yo te lo he explicado tal y como lo siento y, si no has podido entenderme ni siquiera en pequeña medida, significa que no puedes concebir el amor y la pasión tal y como yo lo siento. Así que ahí tienes la piedra, si aún quieres lanzármela pero recuerda que nadie dio a nadie la potestad de juzgar a los demás...